jueves, 9 de diciembre de 2010

Berretín de cantores


Saliendo del ostracismo que en mi caso se limita a cantar algunos tangos en mi casa, les comunico a mis amigos de esta patriada que es el blog, que el sábado 11 de diciembre a las 22hs en El Galpón Multiespacio (Dean Funes 1267, Capital Federal), me voy a trenzar con mi sobrino Juani en una juntada de música a la que estan todos invitados. A los que conozco para volver a verlos y a los que no para que compartamos por primera vez.

Ojalá puedan venir.

Un abrazo.

Lucía

martes, 16 de noviembre de 2010

Manos

— A ver, una chata para la cama 3.
—Yo no puedo en chata.
—¡Vas a tener que poder!
No pude. Y eso que de que pudiera dependía que me dieran de comer. Así que seguí con mi dieta de agua.

Miro alrededor. El recinto en que funciona terapia intensiva pide a gritos un lavado de paredes y de las cortinas que intentan dar privacidad a las camas. Los enfermeros corren como locos cumpliendo a rajatabla sus horarios de dar medicinas, sacar sangre, torturarte con un baño en la cama, tomarte la presión, la temperatura, casi siempre en el momento en que conseguiste dormitar un poco. En fin, son algunas de las prácticas que forman parte del post-operatorio.
¿Y cómo llegue aquí? En un abrir y cerrar de tijeras, cucharas escalpelo, algo de sangre y la habilidad del cirujano para sacar lo que había que sacar. Pero antes, tomografías, análisis, interconsultas con resultados fuleros y atemorizantes. Total, hay que operar.
—Bueno —pensé. No deja de ser una chance.

Todo largo, salpicado de miedo ineludible, con cautela de mi médico, que al plantear sus dudas, me reafirmaba la certeza de estar en buenas manos. He visto a doctores meter la pata y equivocarse por creer que "yo lo se todo". Este no, todo lo contrario. Se llama Dr.Grimaldi. Es el jefe y tiene la humildad de decir "tengo una duda".

Otro caso maravilloso. Suena el teléfono en casa.
—¿Hola?
—¿Hola, la Sra. Lucía? Habla el Dr. Pelufo.
—Soy yo —dije.
—La llamo para darle las instrucciones de la rutina para el análisis que se tiene que hacer.
Y ahí me largó las indicaciones de lo que podía hacer y no hacer en las 48hs previas. Me llamó la atención que el Jefe de Patología me llamara personalmente y se lo dije.
—Que raro que me habla usted, por lo general estas cosas suelen darlas anotadas en un papel las secretarias.
—Lo que pasa señora es que a mí me gusta tener contacto personal con los pacientes.
Me dejó helada. En este mundo en que el enfermo es sólo un número de cama o de historia clínica.
—Tengo miedo... mucho miedo.
Y ese fue el comienzo de algunas charlas que se convirtieron en un bálsamo para mi ánimo en baja y mis nervios en alza.

Y acá estoy, haciendo algunas comprobaciones, y algunas reflexiones. Por ejemplo: algunas enfermeras son unas turras (ojo digo "algunas"). La vocación de servicio requerida para estas profesiones no es la de limpiar culos sino la de aliviar el dolor ajeno, y si no sentís eso, mejor que hagas un curso de ikebana.

Entran dos enfermeros. Cambio de guardia. Tienen toda la noche por delante. Hay que pasarla. Uno también tiene que pasarla pero desde el dolor parece todo mas lento.
—Hola querida... sí, me di cuenta... ¿Pero qué querés? Yo hago todo lo posible.
—(Pausa, respuesta del otro lado)
—Si... si... pero si. Entiendo lo que querés decir y en eso te doy la razón.
—(respuesta otra vez)
—¡Pero si vos sabés que yo salgo del trabajo y voy a verte!
—(Respuesta con reproche)
—Yo entiendo que no te alcanza. ¿Pero qué querés que haga?
—(Más pausa y reproche)
—Quiere decir que vos querés más ¡Que lo que yo te doy no te basta! ¿Y que por eso me vas a dejar?
Mientras esta conversación se llevaba a cabo, seis dolientes camas esperaban curaciones, medicamentos que aliviaran el dolor. Luego de una hora aproximadamente, inició su rutina, que era interrumpida por los llamados (Marta se llamaba) que no había quedado del todo conforme.
—Mas tarde te llamo —le dijo él.
La cosa va a seguir, me dije y no me equivoqué.

Al día siguiente me anunciaron: "En un rato te pasamos a una pieza común". Se concretó seis horas después.
El tiempo acá es muy relativo. Me transportó un enfermero, le dije que iría al baño antes de acostarme, cuando salí se había ido y yo sola con el palo con los sueros que se habían enredado me las arreglé como pude y me metí en la cama. Mi compañera de cuarto, una joven encantadora con un marido la mar de simpático.

Este es a grandes rasgos mi paso por el sanatorio, nosocomio, clínica, centro médico y vaya a saber de cuantas maneras mas puedo nombrarlo. Acá, en un momento me sentí Frida Kahlo, porque me sabía un rompecabezas que debía ser rearmado. Pienso en el dolor en soledad. Ese no lo sentí. Ese debe ser terrible. Yo tuve a mis afectos muy cerca. La cosa es distinta con los seres queridos al lado. Todos los que vinieron, los que llamaron, los que estan lejos, los amigos virtuales que me mandaron sus buenos deseos. Fernando, llamando desde París, para decirme que en verano viene a cantarme bossa nova (es un groso cantando).

Tanta demostración de afecto hace las veces de muralla en la que se estrella el dolor. Tuve una imagen que quisiera poder dibujar con palabras: Una niña, era yo niña tratando de cruzar un puente. Alrededor todo estaba oscuro, sólo se veía a la niña y el puente. Y con claridad infinita se veían las sogas de las cuales había que sostenerse para cruzar. Y las sogas eran manos, nudillos que uno al lado de otro formaban la baranda para agarrarse. Gracias a los dueños de esas manos. Por ellos pude llegar al otro lado.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Los pájaros quietos

Como los pájaros ciegos de José Portogalo
habitantes inmóviles, de este árbol desnudo
misteriosos y pétreos, haciendo posta, quietos
parecen la paciencia de este mundo expectante.

Toman sabia distancia de nosotros, y planean quizás
las mas bellas migraciones
hacia algún monte que aún no se ha talado,
hacia algún río que conserva el agua pura.

Hacia algun lugar inexistente,
donde un linar se junta con el cielo...
Y el viento les acerca una bandada de nidos.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Jorge Luis Borges & Lois Blue

La calle Florida era un paseo obligado para Borges allá por los años 60. Solía vérselo acompañado de su secretario, quien haciendo las veces de lazarillo, ponía sus ojos a disposición del maestro para relatarle lo que sucedía alrededor. Uno de esos días en los que Don Jorge Luis deambulaba por ahí, fui testigo de una rutina que desconocida por mí, venía sucediendo cada vez que mi mamá, cantante de jazz, se encontraba con el escritor, amante del jazz. Ella lo vio venir, se le acercó, lo saludó, y comenzó a cantar a voz en cuello 'St. James Infirmary', un hermoso y antiguo blues. Yo estaba avergonzada y no sabía donde meterme, pero el beneplácito acompañado de sonrisa y atención por parte del destinatario de esta función callejera me tranquilizaron y escuché yo también. La gente pasaba sin prestar mucha atención al episodio, salvo alguno que otro que miraba con asombro. Finalizada la canción, mi mamá fue premiada con agradecimientos y cumplidos. En cuanto nos quedamos solas le pregunté:
—¿Qué fue eso? ¿Estás loca? ¿En plena calle?
—Ah eso... siempre que nos encontramos se la canto, es la que mas le gusta —me contestó, como si fuera la cosa mas natural del mundo.

Ahí me enteré que mi vieja conocía a Borges, que él la conocía a ella y que entre los dos se cumplía este rito en cada encuentro. Creo que a raíz de esta rutina fue que a mamá se le ocurrió una idea: hacer en televisión un programa titulado "La canción que le gusta a los famosos". La cosa consistía en invitar a un personaje relevante, entrevistarlo y homenajearlo cantándole su tema preferido. La idea no era mala, pero no cuajó. Recuerdo que se la presentó a bastante gente, hasta que un día la contrataron para hacer un micro en el medio de un programa diario. El productor era Pedro Muchnik, creador de 'Buenas tardes, mucho gusto', dedicado a labores femeninas, desde donde Doña Petrona C. de Gandulfo enseñaba sus legendarias recetas, convirtiéndose en la pionera de la cocina televisada.
En el programa se dictaban clases de tejido, decoración, bordado, consejos de todo tipo para el cuidado del hogar y la salud de los niños. Precursor de Utilísima y de todos los que vinieron después con esos contenidos. Ahí, en el medio de costureras que enseñaban a cortar con moldes, bordadoras con bastidores, tejedoras y Doña Petrona entre cacerolas y sartenes, se empezó a trasmitir el micro de mamá. No recuerdo cuantos programas hizo. Uno de sus invitados fue Piazzolla, no sé que otros hubo. Pero del que si tengo registro es el que motiva esta historia.

—¿Cuánto jugamos a que no viene? —dijo alguien un rato antes de comenzar el programa que en esos tiempos se trasmitía en vivo.
—Y bueno, si no viene suspendemos el micro y listo —dijo el director.

Mamá no participaba de esta impaciencia. Tengo su imagen sentada al piano esperando su turno, mientras a su alrededor discurría la función que había comenzado, con el habitual movimiento de cocinera, profesora de corte y confección, y que vamos a una tanda, y corte comercial -cartones de anuncios y locutores en vivo- como todas las tardes. De repente luz roja, estamos en el aire. La enorme puerta se abrió, entró el muchacho de anteojos y detrás suyo, silencioso y con paso trémulo, Jorge Luis Borges. Un asistente los guió hasta el rincón en el que mamá y el piano aguardaban. La cara de sorpresa de todos los que estaban en el estudio fue indescriptible.

Llegó, saludó y se sentó en la silla que tenía destinada. Quedó esperando. Cuando llegó el momento, mi vieja, canchera en estas lides, lo presentó, le hizo algunas preguntas a modo de preámbulo y alli no mas anunció que iba a cantar la canción preferida de su invitado: 'St. James Infirmary'. Arrancó con toda su polenta junto a un Borges que seguía el ritmo con el bastón entre sus manos y los ojos entrecerrados. Yo no sé si ella tuvo consciencia del logro que fue llevar a una persona como Borges, a un programa como ese, en aquella época en que las cosas ocupaban lugares rígidos y no se mezclaban entre sí. Confieso que yo también dudé que viniera. Pero vino, escuchó su canción, agradeció, sencillo y afectuoso y nos retiramos cuando hubo un corte y oportunidad para salir del estudio de Canal 13. Creo que no hay registro de esto, lástima, que en esas épocas no se grabara tanto como ahora.
Pero a lo mejor, algún memorioso habrá por ahí que conserve el asombro de haber visto el día en que Jorge Luis Borges anduvo entre sartenes y cucharones, escuchando blues en 'Buenas tardes, mucho gusto'...

domingo, 5 de septiembre de 2010

Zamba para La Dora*

La zamba es como un camino
que se acorta paso a paso
con esa mirada larga
de los que ya van llegando
plena de voces remotas
que vienen de ni se cuando.

Tiene perfume y colores
prestados por el naranjo
la antigüedad de los cerros
y la ternura de un chango
por eso es rito y conjuro
de los que la están bailando.

La mano de una baguala
la acarició
y la voz de la vidala
la enamoró.

Como un abrazo que el tiempo
anduviera retrasando
como ese viejo secreto
de los que se están amando
él la llama con los ojos
ella le anuda los lazos.

Sobre la tierra han quedado
huellas redondas de pasos
la pena que sintió el viento
cuando ha debido borrarlos
porque le duele el silencio
porque la zamba ha callado.

* La mejor bailarina de zamba que he visto

sábado, 21 de agosto de 2010

Corrientes y Paraná

Cuantas noches en cafés interminables, proyectando puestas de escena de obras de teatro, giros en la historia de nuestras propias vidas y en la del país que nos parecía que ibamos a cambiar con la fuerza de nuestra juventud.
Cuánto tiempo por delante teníamos todos, para perder, pasar, ganar, o vaya uno a saber que, en esas charlas en que la amistad se reunía, se demoraba, se acompañaba, se nutría, se alentaba y se quedaba junta el mayor tiempo posible, en ese lugar, ese boliche que cerraba a altas horas y que era el mejor sitio y el único donde cobijarla.

El mundo que nos rodeaba era rico en personajes de la noche. El vendedor de biblias del que se decía que era un espía... "Cuidado con él", decían, ¡lo mandan a tirarte la lengua!. El lustrabotas de la confitería Paulista de Corrientes y Paraná, que enamorado de la Gorda Beba había escrito una obra titulada "Beba, la trapecista". Solo su amor y su loca fantasía pudieron imaginar a la Gorda arriba de un trapecio. Veíamos pasar al Mono Gatica, ya enfermo y final que nos saludaba desde la calle y nosotros" ¡Chau Monito!". Julio Sosa caminando por Corrientes con toda la pinta de "varón del tango". Los famosos, los ignotos. Todos los que veíamos tenían "algo" para nosotros. Los menesterosos, los pordioseros, nos parecían personajes maravillosos y nos preguntábamos ¿Donde vivirán? ¿Adónde recalarán despues de caminar por esta calle? ¿Cuál será su destino?. Una vez alguien dijo "Che, a lo mejor alguno de estos que andan pidiendo son como Arturo de Córdoba en esa pelicula que hacía de mendigo, que pedía en la puerta de la iglesia y que era millonario"
—"Dios se lo pague" se llama la película —dije.

Pero no. Estos no eran de mentira... eran de verdad.
El Negro Paulino, la Gorda Beba, Ricardo, Juancito... todos se fueron a cumplir con su destino.
A través de esta ventana imaginaria los veo, cambiando vaya a saber que mundos, ensayando algún grotesco, o alguna obra de Chejov (atrevidos).
Mi memoria los conserva intactos y jóvenes, lúcidos y talentosos, luchadores y sobrevivientes, reunidos para siempre en el café de la amistad, que era como un refugio y el mejor sitio del mundo, en esta mesa que tampoco existe pero a la que ahora, en este momento, estoy sentada... sola.

domingo, 15 de agosto de 2010

Hay que seguir

Yo estaba hablando por teléfono. Él escuchaba el relato de mis calamidades, entre la que se encontraba el lavarropas que en ese momento estaba arreglando, la bomba y esas cosas inoportunas que suelen romperse en estas máquinas endemoniadas.

—Hay que seguir —me dijo desde el piso, mientras trabajaba.

Yo pensaba en esas palabras que se dicen de compromiso, para llenar un vacío, para decir algo. Luego supe que "hay que seguir" nunca tuvo ni tendría mas sentido para mí que en ese momento.
Seguimos charlando, de las adicciones, del daño que hace el cigarrillo, me contó que había dejado de fumar, pero que su mujer no.
—Decile que pare —le dije. Que no sea tonta, que pare —y esas cosas que se dicen y que no le sirven a nadie, como los libros de autoayuda.

Hablamos del trabajo, de lo difícil que se hace mantener la casa y él cada tanto repetía como para si "hay que seguir". Y si, pensaba yo. Que otra te queda.
Me contó de un amigo suyo recién operado de unas cuantas cosas producto de adicciones varias mientras repetía "hay que seguir" en tanto ponía a prueba el bendito lavarropas que a esta altura había hecho funcionar.

—Y si... hay que seguir —dijo mientras hacía la boleta para que le firmara el conforme.
Y de pronto, mirándome con la hondura del recuerdo doloroso, con la profundidad de la distancia, con la sabiduría del que ha visto el infierno y sabe de lo que habla dijo:
—Hay que seguir. A mí me ayudó la terapia de grupo y sobre todo lo único que me quedó de ese día, mi hijo Facundo. Ahora tiene 16 años. Tenía 4 cuando ocurrió el accidente —él se salvó porque salió disparado por el parabrisas—. Mi mujer embarazada y mi hijita murieron. Fue volviendo de Miramar. Yo iba manejando. A mí me pusieron en una bolsa creyendo que estaba muerto. La abrieron cuando vieron que me movía. A veces pienso en el amor. Estoy casado, pude criar a mi hijo. Quiero a mi mujer. Pero hay cosas que no se olvidan. Igual... hay que seguir. ¡En el grupo de terapia vi cada cosa! Siempre hay alguien peor que uno.
«¿Qué puede ser peor que esto?», pensé. Él continuó.

—Había una señora que contó que le tocaron el timbre para decirle que su hijo había muerto, su marido cuando escuchó eso, cayó fulminado por un infarto. Pero sabe, ella estaba peor que yo, porque tenía 60 años y se había quedado sola de golpe. A mí me quedaba un hijo, y la vida por delante... y como había que seguir...

«Tenés razón, Gustavo» pensaba mientras te despedía. Hay que seguir. Nunca voy a dejar de ver tu sonrisa franca y tus ojos profundos, que a pesar de haber visto el horror tan de cerca me miraron esta tarde con ternura diciendo «Hay que seguir».

lunes, 9 de agosto de 2010

Cara o ceca

La mujer se sentó. Acomodó sobre la mesa una carpeta llena de papeles, una agenda y sacó de la cartera un atado de cigarrillos. Pidió un café y encendió uno mientras esperaba.
La miraba desde adentro de la confitería. Ella estaba adonde yo me hubiera sentado antes, en el lugar con mesas en la calle en el que se puede fumar. Tuve envidia. Todavía sufro el síndrome de abstinencia. Estaba sentada en diagonal, en un punto exacto desde donde la veía, pero ella a mi no, un poco por el sol que le daba de lleno, cegándola, y además porque se entretenía acomodando, sacando, ordenando papeles, mientras hablaba sola. Parecía una actriz repasando letra. Pense que tendría un teléfono, de esos que tienen un micrófono en alguna parte, que no se ven, pero no, hablaba sola nomás. Al rato sacó un celular, marcó, supongo que le contestaron, corto y siguió gesticulando y sonriendo por momentos, como respuestas a un interlocutor imaginario.
Cuando le trajeron el café, retuvo a la moza mas de lo necesario. Le hacía preguntas que la chica contestaba con aparente cortesía, pero con ganas de irse (tenía otras mesas que atender). ¿Que será lo que le dice? Enseguida empecé a pensarla en su casa. Debe tener un gato, me dije, y le debe hablar. No se por qué se me ocurrió que vivía sola, en un departamento chiquito, inundado de papeles. A lo mejor es escritora, si no por qué iba a tener tantos papeles. También podría ser contadora o abogada. Además ¿De dónde sacaba yo que vivía sola y entre papeles?
Supongo que de mi manía de querer saber que hay detras de todo lo que veo, incluyendo a las personas. Me vino a la memoria el tango Viejo Dicepolín "sobre el mármol helado, migas de medialunas y una mujer absurda que come en un rincón" ¡Acá esta! ¡Esta es la mujer absurda!
¿Y por qué? ¿Por qué habla sola? ¿Por qué está sola? Como se yo que no espera a alguien y quien me manda andar imaginando tanto...
¿Y cómo se que la que revuelve papeles, habla sola, vive con un gato y toma café es ella y no soy yo?
Cómo se que no es ella la que me mira a través del vidrio y se pregunta todas estas cosas....
Cómo saberlo... si en este momento me veo con el cigarrillo entre los dedos, sentada en la vereda para fumadores, con el pocillo de café por la mitad, mis papeles de los análisis embarullados y tratando de acomodarlos por fecha, apurada porque tengo que volver a casa para dar de comer al gato y esa mujer que no me saca los ojos de encima y me pone nerviosa. Desde que llegué que me mira. ¿Estará loca?

martes, 3 de agosto de 2010

La guarida del tiempo

En la guarida del tiempo
se cocinan los destinos,
el amor baraja cartas
"contra flor" canta el olvido.

La rutina coquetea
con el asombro y la magia
y el dolor, borda en silencio,
penas para una muchacha.

Si pudiéramos entrar
en la guarida del tiempo,
podríamos cocinar
cambiando los condimentos.

La alegría tendría en jaque
a la muerte y al destierro,
todos los vinos del mundo
celebrarían por ello.

Una pizca de ternura,
unas hojas de esperanza,
aroma de albahaca fresca
inundándonos el alma.

Si pudiéramos entrar... en la guarida del tiempo.

lunes, 26 de julio de 2010

A la muerte de la Gorda Beba

¿Y los personajes que habitaban en mí?
¿Adónde van a parar las cosas que dejamos inconclusas?
¿Dónde esta, Gorda, esa obra de teatro que ensayábamos cuando te moriste?
¿Dónde estamos nosotros los de entonces, los que soñábamos, los que hacíamos, los que nos equivocábamos, los que estábamos vivos, los que nos moríamos de amor, los que estábamos locos, nosotros los justos, nosotros los mediocres, nosotros semi-dioses, nosotros los que luchábamos, nosotros los entregados, los poderosos, los desvalidos, los temidos, los vapuleados, los que vibrábamos, los insensibles, los que amábamos a las prostitutas, a los integrantes del circo, a los cafés interminables, a los seres humanos, a los marginados, a la lluvia y la ginebra, a los cigarrillos negros, a la loca que recitaba a García Lorca, al sol del verano y los amaneceres al cuete?
¿Qué fue de Colibrí y Payasín y de los gatos y del sueño de hacer Otelo, y del poema de Tejada compartido, de los vidrios rotos de la calle Güemes y de la cajita de música que tanto te gustaba, y el barrio de Chingolo y de tus perros Rabochi y Bisagra y las fiestas del partido con empanadas y vino y la flaca Carlota que ahora es gorda, y Roberto Arlt y Chejov en mezcla irreverente, con un toque de autoría personal, muy nuestra, como si pudieramos figurar al lado de ellos.

La función debe continuar y continúa Gorda, aunque ya no están todos los personajes. Aunque no estás vos, ni Ricardo, ni Juan, y que sera de Paulino y del asombro con los cacharros de café para vender, entrando por primera vez en un teatro. Y del miedo de la noche del estreno y la alegría del aplauso y vos que no te sabías la letra y yo que me enchinchaba.
Y dónde van los personajes que un día te habitan, o en que lugar se pierden, o se esfuman, o dejan de ser, o se convierten en otros, o se cansan y mueren.
Y dónde estas vos, o te quedaste en los ojos de tu hijo o en la cómica carota de Daniela que se te parece tanto con esos pelos enrulados y esa ternura suelta.
Porque la vida sigue cantando sin importarle que estemos o que nos hayamos ido un día impreciso que ya ni recuerdo.
Fue en verano o en invierno... a lo mejor primavera. Fue. Fue como lo inevitable. Fue.
Y yo me quedé preguntando ¿Por qué? ¿Adónde? ¿Cómo?...
Y quisiera que me vieras ahora. ¿Me reconocerías? O tal vez te parecería una extraña... ¿Podrías hablarme sin palabras como antes o tendría que explicarte las cosas?

Yo se que las respuestas las encontraste ese día en que te quedaste definitivamente sola.

lunes, 19 de julio de 2010

Para cuando Palermo era sólo Palermo

Viejo Palermo yo no estoy seco ni enfermo
por eso he vuelto y te quiero preguntar
como pasó que se piantaron los balcones
trepando a un cielo de cemento que mostras.

Si la memoria no me falla vos tenías,
calles de piedra, farolito y corralón
Un duende azul que te inventaba fulerías
y aquel tranvía que cruzaba rezongón.

Como pretenden iluminar tu esquina
con carteles y con luces de neón
si allí la luna perfumaba las glisinas
y le contaba sus secretos al amor

Oigo los ecos de la vieja calesita,
se oye al poeta que cantaba su penar,
contando al aire que te amó, Maria Bonita
mientras miraba tus estrellas enjuagar.

Las correrías de los pibes por las calles,
los picaditos del potrero y el café,
donde la barra de la esquina recalaba
buscando el tiempo del domingo detener.

Placita Güemes, soy la piba rubiecita,
la que trepaba al mas alto tobogán
la que tenía siempre sucias las rodillas,
y en una hamaca hasta el cielo iba a llegar

lunes, 12 de julio de 2010

La casa de calle Güemes

Imaginen un mundo sin las comodidades de ahora. ¿Heladera? Solo en las casas pudientes, las primeras Siam. Pero antes, estaban las de madera forradas en metal que oficiaban de conservadoras, con un bloque de hielo que era traido a domicilio. ¿Supermercado? No. El almacén cubría las necesidades de cada barrio. En el nuestro, además de vender comestibles, la mayoría sueltos, hacían pizza. Era de rigor la llamada "libreta del almacenero", donde se anotaban todas las compras y se pagaba a fin de mes. Mi abuela se encontraba con gastos insólitos. Es que con mi hermano solíamos invitar a nuestros amigos con pizza y Bidú -la gaseosa de la época- y por supuesto el costo iba a parar a la libreta negra con tapas de hule. El lugar, como de ramos generales, tenía un sitio prohibido para nosotros y al que tampoco accedían las mujeres "decentes". Le decían "despacho de bebidas". Allí había mesas para los que iban a tomar, y de paso, jugar algún partido de cartas o de dados.

Las calles empedradas, con vías por las que cada tanto pasaba el tranvía, tenían un gran movimiento de vendedores ambulantes. El kerosenero, el mimbrero con un carro que se balanceaba lleno de sillas, hamacas,sillones, escobas y plumeros, que tirado por un caballo daba siempre la impresión de vuelco inminente. El vendedor de pavos y gallinas, el lechero que te dejaba una leche gorda y espumosa en la jarra de la casa. Vendedores de ropa, de sábanas y toallas, de juguetes, que pasaban puerta a puerta.

En una de las esquinas -Julián Alvarez- estaba la carbonería. Ese era el corralón donde conseguías leña, maíz para las gallinas, papas, cebollas, carbón para los braseros (en invierno) y para las cocinas económicas todo el año. Había pocos negocios instalados en locales, como la heladería de Kuky y David, muy frecuentada por nosotros. La mayoría acondicionaba la entrada de sus casas para instalar, por ejemplo, la peluquería, que ademas de cortes peinados y tinturas, se especializaba en el comentario y divulgación de la vida y milagro de todo el barrio. La sala de la profesora de piano, que atronaba con las escalas de sus alumnos toda la cuadra y un par de maestras de francés e inglés, con títulos habilitantes de dudosa procedencia. La mercería de la avenida Santa Fe, que todavía esta ahí. El carro del verdulero estacionado todas las mañanas, con su estallido de color entre las frutas y los vegetales. Dos veces a la semana, la feria en donde había de todo. A la farmacia nuestra abuela la llamaba "la botica" y al farmacéutico "boticario". El, conocía y curaba las dolencias simples, que sobre todo padecíamos los chicos.

—Buen día Don Saturnino...
—¿Qué dice señora? ¿En que la puedo servir?
—Ay vea, la nena no me come... ¿No tendrá algo para darle?
—Pero como no. Déle una cucharada de esto una hora antes de las comidas ("esto" era un jarabe que tenía el gusto del infierno). Y si no resulta, vaya a verla a Doña Juana, que le tire el cuerito. Puede ser que esté empachada.

Para resfrios, gripes y catarros, tambien había.

—Me lo mete en la cama, y le da una friega con esta pomada (cristalina, de olor apestoso) lo abriga bien y le pone un paño caliente. Y que no se levante por tres días.

Si tenías suerte de que la cosa funcionara sólo con la pomada y la cataplasma, podías ponerte a salvo de las temidas "ventosas", que eran unos vasitos con alcohol que luego de encendidos, recalaban en tu espalda haciendo como una sopapa. Baste saber al recordarlas que hubo algunos casos de quemaduras serias.
Por supuesto, estaba el médico de cabecera que atendía a toda la familia, el solo y en todas las áreas conocidas hoy como "especialidades"
No había barrio sin modista, sin zapatero remendón, sin barquillero y pirulinero a la salida del colegio, sin afilador, ni sin botellero que al grito de "¿Hay algo para vender?" se llevaba, si lo llamabas, todo lo inservible: desde una cama devencijada hasta una cacerola sin fondo, pasando por botellas y diarios viejos.

El organillero con su cotorrita amaestrada para sacar con el pico un papelito que predecía tu futuro (siempre venturoso) y su música de valses y tanguitos que aún resuenan en mi mente como uno de los recuerdos mas hermosos de esa época -no en balde le dedicaron algunos versos-.
La calesita estaba instalada en el baldío de Güemes y Salguero. Daba vueltas arrastrada por un pobre caballo que en el centro, tapado por paneles con alegres dibujos, giraba en la oscuridad. La vuelta duraba lo que la canción del disco de pasta. La sacada de la sortija significaba "la próxima, gratis". "¡A mí Don José!" voceábamos, pero el tenía sus preferidos, que eran los mas chiquitos. Alguna vez conseguí agarrarla de prepo y a veces nos colábamos, cuando ya estaba en marcha y creíamos que no nos veía. Y nos veía, pero no nos decía nada. La placita frente a la iglesia Guadalupe era el lugar de encuentro y de juegos del piberío.

El diario llegaba todas las mañanas, a veces, acompañado del Leoplán, o Damas y Damitas, revistas que se leían en casa. La Rico Tipo estaba prohibida (las chicas Divito eran demasiado gráficas). Los días que el repartidor deslizaba las infantiles, mi hermano y yo esperábamos detras de la puerta para abalanzarnos sobre el Pato Donald, Billiken o Patoruzú, a ver quien las agarraba primero.

A la hora del té, escuchábamos por la radio la novela que seguía nuestra abuela, "El teatro Palmolive del aire". Después, quedábamos oyendo las aventuras de "Tarzán, rey de la selva" con el elefante Tantor. Luego, "Blanquita y Hector. Que pareja Rinsoberbia" auspiciada por un jabón que se llamaba Rinso. Mas tarde, Los Pérez García (familia histórica, precursora de todas las que vinieron después). Ya entrada la noche, la jornada radial terminaba para nosotros con El Glostora Tango Club.

La vereda era una rayuela permanente y las paredes de las casas una especie de frontón contra el que jugabamos a las figuritas y a las bolitas.
En Santa Fé estaba el cine Odeón, al que íbamos siempre. Tres películas al hilo en continuado y a veces vuelta a empezar, hasta que venían a buscarnos. Yo iba munida de un largo alfiler de ajustar sombreros que me daba mi abuela diciendo:

—Cuidá a tu hermano, que es mas chico. Esto es por si se sienta un degenerado al lado.
Y a él:
—Vigilá a tu hermana, que es mujer, y si pasa algo, llamás al acomodador.

En el cine Gran Norte, los domingos a la mañana, veíamos dibujitos animados, las series de Superman, Flash Gordon y La mujer araña. Todas en capítulos, que continuaban la semana siguiente.

Recuerdo un dibujito del Pato Donald, que hacía una alta pila de panqueques con huevos, harina y agua. Nos parecieron muy apetitosos y sobre todo nos encantó la idea de revolearlos como hacía él. Al llegar a casa nos metimos en la cocina (hora de la siesta, sin moros en la costa) y pusimos manos a la obra. El resultado: un pegote que al intentar ser dado vuelta fue a parar al techo, para luego bajar por las paredes creando un enchastre terrible. Esto enfureció a la cocinera que casi se mata de un golpe al patinar en el piso lleno de masa.

—Señora, si los niños vuelven a entrar a la cocina, yo dejo esta casa.
Mi abuela, ante la amenaza, cortó de cuajo nuestra vocación culinaria.
—Chicos. Si Gabi se va ¿Quién cocina?
Tenía razón. Ninguna en la familia sabía hacer ni un huevo duro.

Y nosotros, mi hermano y yo, crecimos y nos cuidamos como recomendaba la abuela.
Un poco solos, como los sobrevivientes.
Pero a pesar de todos los avatares, nuestra siembra en la vida dio frutos maravillosos.

Esto está dedicado a los frutos de él, que ahora solo tienen mi voz y mi memoria, para mostrarles algo, aunque sea un poco de esa infancia que nos tuvo juntos y que creó los lazos que nos mantuvieron unidos para siempre.

Para Fernando, Juani y Vicky (en orden de aparición)

lunes, 5 de julio de 2010

El Conventillo

Era un conventillo alumbrado a kerosene, como en el tango. Lanús al fondo. Calles de tierra, barro, intransitable los días de lluvia.
Todo se compartía. El piletón para la ropa, la soga para colgarla, el baño único para cinco familias, siempre maloliente a pesar de los baldes de acaroina, la falta de trabajo y la miseria que coronaba la vida de estos seres, hacinados, padres e hijos en una pieza. Había uno que vivía solo, y mi amiga Carlota, lidiando con su asma en ese lugar tan frío, trabajaba repulgando empanadas en una famosa pizzería de la Avenida Callao. Ella nos consiguió el terreno que alquilamos y donde pusimos una "prefabricada", esas casas de madera que ya venían hechas con techo de chapas, a las que solo había que hacerle los cimientos y el piso de cemento. Dormitorio y cocina. Y así agrandamos el conventillo.

Todos los hombres que vivían allí eran obreros portuarios. A veces tenían trabajo, a veces no. Algunos tenían "libreta" que les aseguraba prioridad. Los que no la tenían enganchaban laburo cuando faltaba gente o la carga del barco era mucha. Si no, volvían a su casa con los hombros mas caídos y abrumados que cuando habían trabajado.

—Buen día Doña.
—Y... ¿Cómo le fue Guillermo?
—Nada por hoy... veremos mañana... si hay suerte.

Eso. Si hay suerte. Que hubiera un plato de comida en esas mesas dependía de la suerte, de que llegara un barco a ese puerto, de que al capataz le cayeras símpatico, de que la carga fuera suficiente para tantos que todas las mañanas iban a tentar la famosa "suerte": que les dieran trabajo.
Dominga y Guillermo tenían dos hijos. La nena, de unos 17 años quería ser modelo. El varón, menor que ella, jugaba en las inferiores del club Lanús. Nunca llegaron a nada, pero los sueños son los sueños. Y todos los pibes los tienen.

En la pieza de enfrente, vivía Marcela con su hijo de padre desconocido. Este quería cantar como los del Club del clan, pero, mientras no se cumpliera su sueño de fama y fortuna, debía levantarse a las cuatro de la mañana y partir junto a los otros a ver si podía conseguir alguna changa.
Los domingos, truco en el patio. Horas de "tenidas" entre "contraflor al resto" y "quiero retruco" , rociadas de abundante vino barato, que los enardecía al punto de pelearse fiero. Ahí salían las mujeres , y metían en la pieza a su correspondiente marido. Las cosas nunca llegaban a mayores. Era la diversión de la pobreza, y pasarse de copas, la manera de no pensar y evadirse por un rato.

Al día siguiente partían hacia el puerto en bloque. Todos amigos y todos a enfrentarse con un mismo destino que dependía de la "suerte".

Yo tambien galgueaba como ellos por esos tiempos, y en un momento en que no tuve trabajo me ayudaron. Y me ayudaron con la solidaridad que únicamente puede tener la gente que la ha pasado mal, que siente tu dolor porque es el suyo, que sabe de tu hambre porque la ha sentido, que conoce el sabor de tus lágrimas, porque las ha llorado.
Con la mayor delicadeza y a escondidas, dejaban en la mesa de mi cocina pan, papas, carne, en fin... cosas para parar la olla.
Yo las encontraba de repente. Ellas se aseguraban de no ser vistas, pero yo sabía sus nombres. Yo los se ahora y por eso estoy escribiendo esto, como homenaje, como agradecimiento eterno para Marcela y Dominga, que un día me dieron, no lo que les sobraba. Me dieron lo que les faltaba.

jueves, 1 de julio de 2010

Fiesta en el conventillo

1964. Estábamos en una semi-convivencia cuando decidimos casarnos, después de una reunión del Partido Comunista.
—Compañeros, ustedes están dando un mal ejemplo y además, la razón a los detractores que dicen que nosotros no tenemos moral, y eso del amor libre. Así que les pedimos que regularicen su situación con un pronto matrimonio.

"¿Qué estamos haciendo?" nos preguntamos mientras salíamos del reto, como perros con la cola entre las patas. Rapidamente: pedir fecha en el civil y análisis prenupcial. Cuando tuvimos día y hora anuncié a mi familia:

—Me caso dentro de un mes.
—¿Cómo que te casas? ¿Así de repente? ¡Estás embarazada! —casi afirmó mi vieja.
—No —contesté.
—¿Y por qué el apuro?
—Porque sí —dije, ocultando las prejuiciosas e imperiosas razones.

Mi viejo, no dijo ni preguntó nada, ni siquiera adónde íbamos a vivir. Mis padres estaban separados desde que mi hermano y yo eramos chicos, pero toda la vida conservaron una gran amistad y una mutua admiración. Los dos tenían sus respectivas parejas.

Hecho el anuncio, fecha y hora en el civil y fiesta en el conventillo, que era el lugar donde viviriamos. No teníamos nada. Quiero decir que como no sabíamos que íbamos a casarnos tan pronto, no habiamos hecho acopio alguno de muebles y enseres como solían hacer los novios pobres en aquellos tiempos, porque ademas con nuestros amigos sin un mango ¡minga de lista de regalos!. Nosotros ni la cama, que no recuerdo de donde apareció. Al fondo del lugar, armamos una casilla prefabricada que no tenía ni cimientos ni piso y donde fuimos instalando de a poco las cosas que ibamos consiguiendo. La gente que vivía allí nos recibió con los brazos abiertos y se ofrecieron para organizar el festejo de empanadas y vino.

Llegó el gran día y nos fuimos hasta el civil en tranvía. Mi testigo vino en camisón con un tapado arriba. Se había quedado dormida. Mi hermano que nos regaló los anillos, llegó tarde. Ceremonia cumplida, nos reunimos en almuerzo familiar en la casa de la madre de mi flamante marido a esperar que llegara la noche para celebrar. Ninguno de mis familiares conocía mi futuro hogar. La sorpresa que se llevaron fue muy grande. Yo ya había llevado mis pocas pertenencias y con ellas la mas valiosa, mi perra Neike. El patio del conventillo estaba lleno de amigos. Por suerte era techado porque llovía a cántaros. La fiesta estaba a pleno, cuando llegó mi vieja con su marido y mi viejo, a quienes con su glamour de siempre, presentaba....

—Mi marido... mi ex marido... —a los ojos sorprendidos de gente sencilla no habituada a estos entretelones estilo Hollywood.

Todo fue muy lindo hasta que mamá quiso ver la famosa casilla, futura residencia de su nena. Para llegar a ella había que atravezar un yuyal bastante crecido -que después cortamos- y saltar una zanja de agua estancada que daba un olor espantoso -donde pusimos unas maderas para cruzar-. Luego de constatar lo feo, inhóspito y desagradable del lugar, volvió a integrarse a la fiesta, con los ojos llenos de lágrimas. Dominga, al verla sensible a lo que ella creía su emoción de madre, le dijo consolándola:

—No llore Doña, no piense que pierde una hija, piense que gana un hijo.
—No —contestó mi vieja, sollozando. Si no lloro por eso. ¡Lloro por que la perra va a vivir en esta mugre!

Y tenía razón. Dominga no dijo nada y siguió con las empanadas. Y sí. El lugar no era nada lindo. Nos pudimos mudar unos tres años después, ya con nuestra hija, que nació en ese conventillo alumbrado a kerosene.

Pero la gente... la gente que conocí allí... eso es otra historia.

lunes, 28 de junio de 2010

Palabras para alguien que está de paso

Yo no se como se llamará en otras partes,
pero aquí le decimos "mufa" ¿sabés?
Nos agarra de repente,
nos invade de un modo tan pleno
que hasta nos gusta tenerla.
Para saber que es la mufa, tendrías que nacer de nuevo,
pero aquí, en Buenos Aires, y crecer hasta la estatura inútil del obelisco y entender como Piazzola te describe el clima caliente, húmedo, jodido del verano porteño, así nomás, sin letra, para que el verso te lo inventes vos mismo.
Decime... ¿vos viste como todo el mundo se pelea?
Mirá que poco se mira la gente.
Sentí el olor del Riachuelo, fijate como desaparecieron el "después del sur y del paredón".
Penetrá de noche en este puerto de marineros y yirantas.
Caminá una madrugada cualquiera por Corrientes, desde Alem hasta Callao.
Metete en algun boliche y tomate una ginebra...
mirá que pena de amor tirada en cualquier parte.
Mirá los reyes del camelo, estan ahí, a tu costado.
Mirá, mirá, mirá como nos gusta vivir, con que alegría.
Date vuelta, mirá ese pibe que te toca en el centro de la bronca... quiere que le compres algo.
¡Pero no! no te pongas triste... si vos estás de paso... vos no te podes mufar.
Yo solo quería que nos vieras, cuesta porque andamos apurados...
Y LOS ARGENTINOS SOMOS ASI...¿O NO?
Decime... ¿vos sabés por qué los porteños no sabemos bailar la zamba?
Porque todavía no aprendimos a mirarnos a los ojos.


Escrito en la década del 70. Para el espectáculo Buenos Aires, Jugo de paraguas, Café concert.

martes, 22 de junio de 2010

Nelly, la prostituta lisiada

Tuve suerte.
Digo, porque mi vida se enriqueció gracias a la oportunidad de conocer toda clase de personas. Está bien. Algo puse de mi parte. Nunca me cerré en prejuicios... y nunca dije "no". Corría el año 1974 cuando mi amigo Alfredo me propuso:

—Quiero que conozcas a Nelly.
—¿Y quién es Nelly?
—Nelly es mi amiga. Es prostituta, y es lisiada.
—¿Cómo que es lisiada? —pregunté sorprendida... no porque fuera prostituta si no porque... ¿prostituta y lisiada?
—La tenés que conocer —dijo rotundo. Vale la pena.
Y por supuesto, la conocí. Tenia razón, valía la pena.

Cuando apareció en casa con Alfredo, traté de disimular el impacto que me causaron sus bastones que la ayudaban a caminar, agarrados en cada codo.
No suelo sorprenderme ante la discapacidad de las personas. Todos tenemos alguna. La diferencia era que la de Nelly no era de las invisibles. Caminaba con una renguera tremenda por una deformación en las caderas, de la que nunca supe el origen.
"No... es una joda... seguro.. una broma de este" pensé... "¿Cómo esta mujer puede ser prostituta?".

Nos sentamos a tomar café y a charlar y esta Nelly me pareció una persona encantadora, que una vez entrada en confianza contó qué hacía de su vida y sobre todo, cómo sobrevivía económicamente. Con lo que ganaba levantando tipos por Constitución, pagaba un hotel barato del barrio de San Telmo. Eso sí. Cobraba poco y así se las rebuscaba para hacer unos mangos. Yo, seguía sorprendida.

—¿No me crees? Te juro que hay gente para todo —dijo haciendo referencia a su cliente fijo. Y no de ahora, desde hace mucho.

Todos los jueves ella lo esperaba sentada en un bar de Avenida de Mayo. El llegaba a buscarla en un coche con chofer. Se metía en su auto e iban siempre al mismo lugar. La particularidad del caso: el tipo no había hablado nunca. El trato con ella lo había hecho el chofer. Ese era su mejor cliente, el mas fiel. Con esa guita pagaba la pieza.

—¡Pero podés creer que no le conozco la voz!
—Será mudo —pensé y reafirmé para mis adentros su idea: hay gente para todo.

Parece que el hombre no abría la boca ni para decirle "chau", cuando la llevaba de vuelta al bar de donde la había levantado. Nelly tenía unos modales y una cultura que me llamaron la atención. No era joven. "Por lo menos anda por los cincuenta", pensé. Le gustaba leer y su sensibilidad e inquietudes amenizaron una charla de domingo sin apuro. Me producía una profunda tristeza su oficio, siempre presente en mi cabeza, aunque habláramos de otras cosas. Tenía mucho sentido del humor y sabía reirse de sí misma.

—Mirá lo que me pasó el otro día. Yo estaba por Constitución parada en una esquina, tratando de enganchar algún cliente. En eso se me acerca un pibe y mirando mis bastones me dice: "¿La ayudo a cruzar, señora?". "Por veinte pesos me acuesto con vos y te hago de todo", le respondí. El pibe me miró con horror y salió corriendo. Quiso hacer una buena acción y mirá con lo que le salí yo....

Nos reimos, Alfredo y yo. La anécdota era graciosa, pero la risa nos salió dolorosa. No estoy segura de que cosa me parecía peor, que trabajara como prostituta o que alguien comprara los servicios sexuales de una persona tan ostensiblemente lisiada. Además me parecía tan refinada y tan culta. Pensé que debería cambiar de profesión y se lo sugerí, tratando de no parecer prejuiciosa respecto del antiguo oficio y evitando herir sus sentimientos.

—Decime Nelly ¿No pensaste en trabajar de otra cosa? Algo como...
—Decime nena —me interrumpió cortante. Yo profesión no tengo, trabajo no me da nadie. Ahora vos decime, con una mano en el corazón. Si yo te toco el timbre y me ofrezco de sirvienta para limpiar tu casa, ¿Vos me tomarías?

Me bajó de un hondazo.
"Claro que no" pensé, mientras me juraba nunca prejuzgar, nunca pontificar, y sobre todo entender, que en esta vida cada uno hace lo que puede.

viernes, 18 de junio de 2010

No quiero decirte adiós

Los grandes como Saramago no mueren nunca. En los libros que dejan queda encendida para siempre la llama de su talento, que seguramente alimentará a muchas generaciones. Esa es la ventaja que tienen sobre los mortales. Lloramos al ser humano que nos deja. Celebramos su paso por el mundo en lo mejor que queda de él: su obra.

miércoles, 16 de junio de 2010

Aniversario del levantamiento del gheto de Varsovia

Como dijo el gran poeta "...en un campo de concentracion proximo a Varsovia fue hallada una montaña de zapatitos de pibe, zapatitos blancos de pibe, zapatitos rojos de pibe....."

Eran tus compañeros en el juego del horror y la masacre, las cabecitas rapadas y la estrella obligatoria.
Eran pibes sin bicicleta Ana, pibes que no jugaban a la escondida por que no podían salir de su escondite.
Pibes flacos, pibes solos, pibes aterrados.
Pibes aplastados por la bota del nazi.
Del nazi, Ana.
Cuando pienso que vos dijiste: "A pesar de todo, sigo creyendo en la bondad innata del hombre", siento vergüenza, querida Ana, muchachita judía....
Vergüenza ante tu lección de amor.
Vergüenza ante tu fe.
Vergüenza ante tu coraje.
Vergüenza ante tu miedo.
Vergüenza ante tu sangre derramada.
Vergüenza ante tu vida sacrificada.
Vergüenza ante seis millones de vidas sacrificadas.
Vergüenza ante tu bandera que flamea.
Vergüenza de Hiroshima.
Vergüenza de Vietnam.
Vergüenza... vergüenza...
Pero mas verguenza sentiria si tu sacrificio hubiera sido inútil,
si la semilla que heredamos se hubiera perdido,
si los hombre y las mujeres que te sucedimos no hubiéramos entendido tu legado, tu deseo de paz, de amor, de fe, de justicia.
De paz, querida Ana , vos que no la conociste.
De amor y de fe.
Dijiste: "...pienso que todo volverá a ser bueno y que el mundo conocerá de nuevo el reposo y la paz..."
De justicia que vos no tuviste.
Ana del mundo.
Ana de los judíos.
Ana que hubiera querido disfrutar por mas tiempo de su vida de escolar.
Ana del campo de concentración.
Ana de la libertad.
Ana hija de todas las madres de la tierra.
Ana hermana de todos los hermanos.
Ana muerta por el odio.
Ana viva por el amor.
Ana que uno puede encontrar mirando las aguas negras del Sena, cortando flores en Holanda o paseando por una calle de San Telmo.
Ana de los cantores.
Ana de los poetas.
Ana de la ronda y la rayuela.
Ana de los 14 años.
Ana que le escribe a las muñecas.
Ana torturada.
Ana marcada.
Ana rapada...
Yo te prometo una enorme ronda de niños de colores.
Una gran universidad poblada de jovenes de distintas razas.
Yo te prometo una casa habitada por todos los credos.
Yo te prometo señalar siempre a los culpables.
Yo te prometo que en mí siempre vivira una nueva, vieja, Ana.


*Escrito en los años '60 para Ana Frank y leído durante el acto que conmemoraba el levantamiento del gheto de Varsovia en el Club Peretz de Lanús, Provincia de Buenos Aires, Argentina.

viernes, 11 de junio de 2010

Transitando los lugares que te alejan de Dios

1947 o 1948.
No recuerdo la fecha exacta en la que empezábamos a ir al colegio cuando yo era chica.
Pero como verán allí arriba, fue hace mucho.

Para mi familia, católica a ultranza, la mejor educación para la nena iba a ser la de la escuela de las monjas del Divino Corazón de la calle Charcas, que todavía está allí. Claro, yo era una especie de engendro rebelde que puteaba como un carrero, y que en lugar de ser modosita como una niña, jugaba a la pelota con su hermano en el patio donde el gol era romper un vidrio de la gran mampara de vitreaux que separaba ese lugar con el enorme hall de entrada.

Era una casa chorizo pero ancha y muy grande. Puerta de entrada con aldabón, zaguán que llevaba a otra puerta de vidrios biselados, en fin, casa prototipo de la época. Tenía habitaciones de servicio, galpones y hasta un fondo con árboles, donde años después nos esconderíamos a fumar y a comer hojas de mandarina que hicieran desaparecer el olor.

En ese patio, mi hermano y yo nos tirábamos en el suelo en las noches de verano, a tomar fresco y mirar la luna mientras cantábamos a duo "luna lunera cascabelera, ve y dile a mi chiquita por Dios que me quiera". En ese patio a partir de las seis de la tarde escuchábamos la musica de la calesita de la esquina. Desde ese patio también, hacíamos "funciones" de teatro, nacidas de mi histrionismo y de la necesidad de inventar divertimentos y juegos. Por lo que fuera, había que hacer funcionar la imaginación para llenar espacios y tratar de pasarla bien. Cobrábamos 10 centavos la entrada a los pibes del barrio. A veces con tres o cuatro espectadores, pero el show debía continuar. Yo imitaba a Lolita Torres y mi amigo Marcelo disfrazado de mujer, hacía un breve y absurdo paso de comedia. Mi hermano, la parte técnica. Telón de teciopelo -que ni se de donde colgábamos- y vestidos robados de los baúles de la bisabuela. Yo mantón de manila, igual a Lolita.

La cosa estaba complicada: mis viejos se habían separado y con mi hermano y mi mamá -nerviosa y malherida por su fracaso matrimonial- nos fuimos a la casa de mi bisabuela, dónde también vivían mi abuela y mi tía abuela.
La única salida que encontraron las pobres viejas, para la papa caliente que les habia caído en las manos, fue inscribir a la nena -lo mas parecida a la del exorcista-, en el colegio de monjas que quedaba a la vuelta. Ellas, seguramente, la iban a convertir en una señorita aceptable, presentable, y sobre todo devota, que es lo que le hacía falta a esta criatura malcriada.

"Primero inferior", "primero superior"... así era en aquellos tiempos. Aprendí a leer de repente, no me acuerdo cómo porque todavía ni habíamos visto las consonantes. El asunto fue que la monja maestra sospechó que yo aprendía las lecturas de memoria, así que un día me trajo la Biblia y la abrió en cualquier parte. Y yo leí. ¡Milagro! habrá pensado, mientras llamaba a la superiora para que me escuchara leer los versículos que jamás había visto y no podría haber memorizado. No sé. La cosa fue que ni mi aplicación, ni mi repentina e inexplicable lectura, me sirvieron para hacer méritos y ser aceptada por mis compañeras. Yo era para ellas "la hija de los separados". Estigma. Sino fatal. Sayo impuesto en una época en que la única de todo el colegio que venía de un hogar "diferente" era yo.
Seguramente en una escuela del Estado habría chicas de matrimonios rotos como en mi caso, y nadie me habría discriminado... pero en esta tan religiosa, yo era para mis compañeras una especie de entidad diabólica corporizada, de modo que me excluían de las rondas y ni siquiera querían darme la mano para correr esas carreras estúpidas de punta a punta en el patio del colegio, que solían disputarse en los recreos.
Así que como no podía ser la mejor, no tuve alternativa y a conciencia, echando mano a la capacidad que me acompañaba de nacimiento, me dediqué a ser la peor.
Plantones en el patio, como penitencias por travesuras que ahora no me parecen tan terribles. Preguntarle a una monja si debajo de esa especie de babero tenía tetas, fue una de ellas. Yo era de avanzada. Creo que nací fuera de época, simple curiosidad de querer saber si era una mujer como las otras.

A la tarde las clases eran llamadas "de caridad". Recuerdo a las chicas de guardapolvo gris, uniformadas de pobreza, tan distintas de nosotras, con polleritas tableadas y boinas con distintivos. Supongo que para estos seres extraños que eran las monjas, dar clases gratis era su manera de hacer méritos con Dios porque... ¿Les dije que era un colegio caro?
Como mis compañeras del turno mañana no me daban pelota y eran tan crueles -que aún recuerdo los nombres de algunas-, me hice amiga de las de guardapolvo gris, a las que me cruzaba cuando ellas entraban y yo salía. Cambiábamos palabras, figuritas y algun juego rápido en medio de los dos turnos.

Un día cualquiera que quedó en mi memoria para siempre, una monja que me vio, me llamó con voz y mirada severa para decirme:

—¿Cómo puede usted tener trato con la que podría ser la hija de su sirvienta?

Yo quedé estupefacta.
Yo, que siempre tenía una respuesta para todo, esta vez me quedé muda... aunque con los años encontré la respuesta. Seguro que a esta mina se le había perdido la página del manual del buen católico, esa que dice, que todos somos hijos de Dios.

martes, 8 de junio de 2010

Palabras para la guitarra de Delia Casenave (Piruli)

Ella sabe todo de mí,
conoce mi latido y la fuerza de mis puños.
Ella sabe todo de mí,
el calor de mi abrazo, mis penas, mis cadencias.
Ella sabe todo de mí,
mi alma la sostiene, ella confía.
Ella sabe todo de mí,
mis lágrimas resbalan por su cara.
Ella sabe todo de mí,
cuando no quiero cantar, se queda quieta.

lunes, 7 de junio de 2010

Cuando el amor viaja en una alfombra mágica

—¡Ese es mi amigo... lo conozco, vive en mi barrio! -exclamó Edgardo asombrado frente al cartel que decía: ¡EL GRAN FAKIR RADAMAN CUMPLE SUS 40 DIAS DE AYUNO CON LA LENGUA CLAVADA A UNA TABLA! ¡PASEN Y VEAN!
—¿Cómo que tu amigo? —pregunté yo.
—Si, se llama Alberto, lo conozco.

Edgardo y yo eramos compañeros en las clases de teatro en el Cervantes. El tenía 15 años, yo 13, y siempre hacíamos juntos una caminata por Corrientes.
Ese día ante el PASEN Y VEAN del cartel dijimos:
—¿Entramos?
Y pasamos y vimos, despues de pagar la entrada como corresponde. Gratis no era. El lugar, en penumbras pretendía una decoración de las mil y una noches del subdesarrollo, mas bien patético pero adecuado, porque te hacía sentir en otro mundo.
Cartón pintado, estrellitas intentando fulgurar... pobre, pero tenía lo suyo. Yo entré medio asustada. Era a la tarde, afuera luz y allí... allí en esa semipenumbra que ayudaba a disimular las imperfecciones del decorado, allí en el fondo estaba él... el Gran Fakir Radamán.

Nos fuimos acercando de a poco por la impresión, el susto y el miedo a tropezar. Lo iluminaba una luz sobre una especie de tarima, sentado en una silla. Se acercó al público para que notáramos de cerca su lengua clavada a una tabla. Yo no la ví, al menos en ese momento, porque lo que mas me impresionó fueron sus grandes ojos celestes, su barba y sus ropas que lo hacían parecer un príncipe encantado ante mis ojos adolescentes. Verlo y enamorarme fueron todo uno.

Cuando salimos a la calle no dije nada. Como a topos enceguecidos, el sol nos dio de lleno y Edgardo no se dio cuenta de lo que su amigo el fakir, me había impresionado.
La vida siguió su curso. Las clases, los cafes en La Real de Corrientes y Talcahuano. Hasta que un día sonó el telefono en mi casa, donde vivíamos mi abuela, mi hermano y yo. Era Edgardo.

—Che... me llamó el fakir... ¿Te acordás del fakir?
"Cómo no me voy a acordar" pensé, pero dije solamente...
—Si...
—Bueno, dijo que va a hacer un ayuno en la calle Corrientes y me preguntó si conocía a una chica de buena presencia que pudiera hablar por micrófono. Yo pensé en vos...
—De una —dije. ¿A dónde hay que ir?

Me dió direccion y hora en que debía presentarme. Cuando llegué al local, estaban el fakir -sin la tabla- y su mujer -garrotazo para mis ilusiones-. Me tomaron enseguida. No sé como, yo tenía trece años... pero me tomaron. Ellos me darían la ropa que tenía que usar, indicándome que el trabajo duraría lo que el ayuno: 60 días. Mi función: vender horóscopos y anunciar por micrófono lo que sucedía, para atraer a los transeúntes. La cosa era como un kiosco 24 hs. Siempre abierto.
Elegí el horario de 10 de la noche a 6 de la mañana, mientras mi pobre abuela dormía y yo podía escaparme para volver a las 7 en pleno amanecer. Tenía todo muy bien planificado.

¡Y ACA DAMOS COMIENZO A LA FUNCION!

El día de la inauguración llegué puntual y ahí nomás me disfrazaron de odalisca. Me quedé mas tranquila al ver que su mujer estaba igual. Su hija no, que tenía un par de años más que yo.

Los carteles anunciaban que El Gran Fakir Radamán iniciaría su ayuno de sesenta días batiendo su record anterior. Primero, como demostración de su gran fuerza y poderío, arrastraría un coche desde Libertad y Corrientes hasta el Obelisco, con dos ganchos de carnicero que atravesaban la piel de su cintura.

Y lo arrastró nomas. Lo ví, lo tenía al lado porque mientras el llevaba el coche y la gente se agolpaba para ver tremenda hazaña, su mujer y yo caminábamos lentamente a su lado, cual odaliscas de turno. Llegó al obelisco. Misión cumplida, aplausos y vivas.
Lo que venía después era meterse en un sarcófago de vidrio, habitado hasta ese momento por una vívora y algunas arañas, y coserse la boca con hilo de oro en forma de cruz, garantizando la no ingesta de alimentos. Todo a la vista del público y de mis enamorados y azorados ojos.

El hombre estaba agujereado por todos lados. Mi admiración crecía junto con mi silencioso amor.
Una especie de manager del espectáculo me señaló una mesita cerca de donde yacía mi príncipe encantado y luego de indicarme el precio al que tenia que vender los horóscopos -que el fakir firmaba a los interesados que lo pasaban por una rendija- me dio un micrófono bajo la orden de usarlo constantemente, asi que por los parlantes colocados en la calle se escuchaba mi voz que decía ininterrumpidamente:
"Pasen señores, a ver al gran fakir Radaman, con sus arañas pollito, sus vívoras amaestradas, la boca cosida, cumpliendo un ayuno de sesenta dias con el que batirá su propio record"

No habrían pasado dos días cuando se presentó la Gorda Beba que, no solo era mayor que yo, sino un poco mas sensata
—¿Pero vos estás loca? Mirá si se enteran en tu casa.
Le explique mi método de escaparme y volver antes de que mi abuela se despertara.

Yo no sé si fue ella quien avisó o alguien que me vio. La cosa es que se enteró mi vieja que vivía con su marido de entonces. Y una noche mientras mi voz salía por los parlantes, llegó al local y le dijo a él:

—¡Pero mirá que bien que habla la nena!

El marido, que como la Gorda -respecto a mí- era mas sensato -respecto a ella-, entró y me sacó por la fuerza. Los horóscopos volaron por el aire y yo pataleaba enfundada en mi traje de odalisca.
Por unos días, no muchos, me quedé en el molde. Despues volví y recuperé mi puesto en la mesita, desde donde podía ver al fakir, que a esta altura había puesto en mi sus libidinosos ojos. "¡Papita pa'l loro!" habrá pensado. Tampoco esa vez duré mucho porque me volvieron a pescar y me tuve que quedar quietita, esta vuelta en serio.

Pasó el tiempo y un día Edgardo me dijo:
—¿Sabés quién me llamó? El fakir, y me preguntó por vos.
—¿Si? —pregunté con voz temblorosa.
—Sí, y me dijo que quería que tomáramos un café y que vos vinieras.
—Voy —volví a decir de inmediato.

La cita era al día siguiente en un café por la zona de Tribunales. Cuando llegué estaban Edgardo y el fakir sentados a una mesa. El trayecto hasta ellos fue el mas largo del mundo. Las piernas me temblaban junto al resto del cuerpo. Casi no podía respirar y la emoción me había hecho un nudo en el estómago. Un desastre.
Me recompuse como pude y traté de parecerme a Rita Hayworth en "Gilda", cuando me acerqué y les dije:
—¿Cómo les va?
De ahi en más tratando de parecer mundana, sostuve como pude una charla que versó en como había terminado el ayuno, que había tomado leche hasta poder comer y esas cosas propias de los fakires y de nadie mas. Pasó un rato hasta que Edgardo dijo:
—Tengo que ir a buscar a mi novia. —Y sin mas se despidió y se fué.
Yo quede paralizada, sola con el fakir, sin saber que decir ni que hacer. El se encargó.
—¿Querés que vayamos a cenar? —propuso.
—Bueno, respondí con un hilo de voz. —Yo hasta ese momento siempre había cenado en mi casa. Jamás con un señor. Pero quería seguir pareciéndome a Rita.

Pasado el impacto de la invitación me tranquilicé y nos encaminamos hasta un boliche que quedaba detrás del Congreso. No recuerdo bien como llegamos hasta ahí. Lo que sí recuerdo es que de pronto me vi frente a un hombre de carne y hueso (nada parecido a mi príncipe), que decia soñar con mis ojos a la noche, que debido a su amor por mí se iba a separar de su mujer porque ya no la soportaba y bla bla bla.
¡Epa!... sentí como un alerta dentro de mi.
¿Y la alfombra mágica?
¿Y el príncipe de las mil y una noches?
¿Y su cara que me recordaba al Cristo de las estampitas?
Habían desaparecido. No estaban mas.
Solo tenía ante mi a un señor de cuarenta largos que me proponía, luego de dejar a su mujer, un viaje a Chile, que lo iba a dejar preso nomás pisar la frontera.
Y que ahora despues de cenar, fuéramos a un lugar tranquilo en donde él me demostraría su amor y yo le daría el mio (a cuenta de mayor cantidad).

Entré en pánico. Rita desapareció de mi y quedó solo una niña aterrorizada con la idea del pecado martillando en su cerebro, tomando conciencia del peligro que se avecinaba. Me levanté de la mesa y salí corriendo del restaurante, donde las garras del conquistador quedaron vacías, arañando miguitas de pan.

Sin mirar atrás, llegué a la plaza Congreso y tomé un taxi hasta Palermo. Mi abuela no dormía y me retó por llegar tarde. Yo respiré aliviada y agradecí su reto, aunque todavía no tenia conciencia de lo que me había salvado. Debe haber sido la única vez en que la culpa judeo-cristiana me sirvió para algo.

Años después, ya casada y con hijos volví a ver al fakir en un programa de television, esos de entretenimientos. Estaba mas viejo, y con una mona amaestrada a la que hacía pasar un hilo por el ojo de una aguja que el sostenía. Me reí a los gritos hasta que me ví en la cara de la mona y me dije recordando esta historia:

—¡Pensar que este hijo de puta me quiso enhebrar a mi!

¿Papita pa'l loro? Ja.

viernes, 4 de junio de 2010

La nena es comunista

Eran tiempos de ilusiones, donde la militancia era la herramienta para concretarlas.
Allá por los sesenta estaba yo con la Gorda Beba mi amiga y cumpa con la que ibamos a cambiar el mundo, en el bar de la esquina del viejo y querido teatro Fray Mocho. Enfrascadas en lo nuestro (prensa, bonos y panfletos) de pronto advertimos la irrupción de la policía, muy común en esos tiempos. Te pedían documentos y te llevaban "por averiguación de antecedentes" sin mas ni mas aunque no tuvieras una cara sospechosa.

Eran tiempos también en los que todos eran ciudadanos de segunda o de tercera como nosotras, que nos agarraron con todo encima (material del Partido Comunista absolutamente proscripto). Así que sin derecho al pataleo no pudimos zafar y nos llevaron en cana.

Comisaría, tocada de piano como le dicen a la toma de impresiones digitales y a esperar con la Gorda (cara de pánico y yo también) para saber que iban a hacer de nosotras.

Mi apellido -pongámosle García- es por parentesco el mismo que el de un famoso general al que en ese momento, en que nosotras pensábamos vender los bonos y tirar los panfletos, se le había ocurrido dar un golpe de estado. Y lo estaba dando.
De esto nos enteramos la Gorda Beba y yo por que nos tenian esperando en un cuartito en donde había radios o trasmisores. Así fue que escuchábamos que las tropas del General "García" avanzaban hacia...etc.

Fue entonces que se me ocurrió la idea de hacer valer el parentesco, aunque nunca había visto en mi vida al general en cuestión.

Llamé a un policía y le dije:
—Señor, yo soy "García". ¿Usted cree que valdrá la pena molestar al general "García" para que nos saque de esta situación?
El hombre con cara sobradora me contesto:
—Mirá, acá cae mucha gente que se quiere hacer pasar...
—No —lo interrumpí—. Yo no me quiero hacer pasar. Yo soy. Y si puedo hacer una llamada lo voy a demostrar.

Me dieron un teléfono y llamé a mi viejo para ver si podía hacer algo, porque no tenía ni idea del número del general.
Mi viejo no contestó nunca, pero mi actitud decidida hizo que el policía le contara la cosa a un superior, y como realmente se estaba gestando el golpe, decidieron por las dudas dejarnos ir. Por portación de apellido creo.
Cuando dijeron que iban a entregarnos los documentos, se abrió la puerta y entró mi vieja, que avisada por amigos que vieron cuando nos llevaban, irrumpió en la oficina del principal diciendo estas palabras:

—Señor Comisario, la nena es comunista... ¡pero es buena!

Yo no vi la cara del comisario ni escuche qué le contestó. Lo único que guardo en mi memoria es la cara de la Gorda que sin palabras me decía:

—Flaca... de acá no salimos mas.

Mi viejo no atendió el teléfono porque tenía al general escondido en su casa.
Ni la Gorda ni yo hicimos la revolución.
El si dió el golpe.

jueves, 3 de junio de 2010

La niña del manojo o el manojo de la niña

El manojo eran esas gomas con que las chicas suelen atarse el pelo. Había muchas agarradas de un cartoncito y era la oferta que la niña dejaba en las rodillas de los viajantes que íbamos en el subte.
Parecía un ángel. No mas de seis años, dos trencitas ralas, color de piel oscuro, no mucho, pero me hizo acordar del bolero angelitos negros.

Transitaba los regazos como jugando, con la inocencia lúdica que a mí en ese momento me pareció intacta. Luego pasaba recogiendo la mayoría de sus gomitas rechazadas. Así, sin palabras. Con los mismos códigos de todos los que hacen eso. Lo dejas en el lugar, el que lo puso ahí lo toma sin decir palabra, sin negociación que medie entre vos y el ofertante.

Pero acá estaban los ojos de la niña del manojo. Los ojos que la hacían diferente, por lo menos a los míos. Los ojos que tenían la particularidad de ser pícaros e inexpresivos a la vez. Me llamó la atención la dualidad. Después creo que la entendí. Jugaba repartiendo y recogiendo, y a la vez, llevaba a cabo una acción mecánica para la que había sido adiestrada.

Salimos en la estación Lacroze. No se como, la niña delante mío en la escalera mecánica.

Al llegar a la calle comenzó a dar saltitos en ese caminar característico de los chicos. La seguí. 

Su destino final estaba ahí no mas, a la vuelta de la boca del subte. Grandes bolsas de plastico con mercaderías, una mujer gorda y sórdida junto a un hombre con aspecto canallesco y el resto del manojo, otros niños como ella, viajeros, vendedores, mendicantes, que repetirían como ella, este viaje de ida y vuelta con destino a ninguna parte.