lunes, 28 de junio de 2010

Palabras para alguien que está de paso

Yo no se como se llamará en otras partes,
pero aquí le decimos "mufa" ¿sabés?
Nos agarra de repente,
nos invade de un modo tan pleno
que hasta nos gusta tenerla.
Para saber que es la mufa, tendrías que nacer de nuevo,
pero aquí, en Buenos Aires, y crecer hasta la estatura inútil del obelisco y entender como Piazzola te describe el clima caliente, húmedo, jodido del verano porteño, así nomás, sin letra, para que el verso te lo inventes vos mismo.
Decime... ¿vos viste como todo el mundo se pelea?
Mirá que poco se mira la gente.
Sentí el olor del Riachuelo, fijate como desaparecieron el "después del sur y del paredón".
Penetrá de noche en este puerto de marineros y yirantas.
Caminá una madrugada cualquiera por Corrientes, desde Alem hasta Callao.
Metete en algun boliche y tomate una ginebra...
mirá que pena de amor tirada en cualquier parte.
Mirá los reyes del camelo, estan ahí, a tu costado.
Mirá, mirá, mirá como nos gusta vivir, con que alegría.
Date vuelta, mirá ese pibe que te toca en el centro de la bronca... quiere que le compres algo.
¡Pero no! no te pongas triste... si vos estás de paso... vos no te podes mufar.
Yo solo quería que nos vieras, cuesta porque andamos apurados...
Y LOS ARGENTINOS SOMOS ASI...¿O NO?
Decime... ¿vos sabés por qué los porteños no sabemos bailar la zamba?
Porque todavía no aprendimos a mirarnos a los ojos.


Escrito en la década del 70. Para el espectáculo Buenos Aires, Jugo de paraguas, Café concert.

martes, 22 de junio de 2010

Nelly, la prostituta lisiada

Tuve suerte.
Digo, porque mi vida se enriqueció gracias a la oportunidad de conocer toda clase de personas. Está bien. Algo puse de mi parte. Nunca me cerré en prejuicios... y nunca dije "no". Corría el año 1974 cuando mi amigo Alfredo me propuso:

—Quiero que conozcas a Nelly.
—¿Y quién es Nelly?
—Nelly es mi amiga. Es prostituta, y es lisiada.
—¿Cómo que es lisiada? —pregunté sorprendida... no porque fuera prostituta si no porque... ¿prostituta y lisiada?
—La tenés que conocer —dijo rotundo. Vale la pena.
Y por supuesto, la conocí. Tenia razón, valía la pena.

Cuando apareció en casa con Alfredo, traté de disimular el impacto que me causaron sus bastones que la ayudaban a caminar, agarrados en cada codo.
No suelo sorprenderme ante la discapacidad de las personas. Todos tenemos alguna. La diferencia era que la de Nelly no era de las invisibles. Caminaba con una renguera tremenda por una deformación en las caderas, de la que nunca supe el origen.
"No... es una joda... seguro.. una broma de este" pensé... "¿Cómo esta mujer puede ser prostituta?".

Nos sentamos a tomar café y a charlar y esta Nelly me pareció una persona encantadora, que una vez entrada en confianza contó qué hacía de su vida y sobre todo, cómo sobrevivía económicamente. Con lo que ganaba levantando tipos por Constitución, pagaba un hotel barato del barrio de San Telmo. Eso sí. Cobraba poco y así se las rebuscaba para hacer unos mangos. Yo, seguía sorprendida.

—¿No me crees? Te juro que hay gente para todo —dijo haciendo referencia a su cliente fijo. Y no de ahora, desde hace mucho.

Todos los jueves ella lo esperaba sentada en un bar de Avenida de Mayo. El llegaba a buscarla en un coche con chofer. Se metía en su auto e iban siempre al mismo lugar. La particularidad del caso: el tipo no había hablado nunca. El trato con ella lo había hecho el chofer. Ese era su mejor cliente, el mas fiel. Con esa guita pagaba la pieza.

—¡Pero podés creer que no le conozco la voz!
—Será mudo —pensé y reafirmé para mis adentros su idea: hay gente para todo.

Parece que el hombre no abría la boca ni para decirle "chau", cuando la llevaba de vuelta al bar de donde la había levantado. Nelly tenía unos modales y una cultura que me llamaron la atención. No era joven. "Por lo menos anda por los cincuenta", pensé. Le gustaba leer y su sensibilidad e inquietudes amenizaron una charla de domingo sin apuro. Me producía una profunda tristeza su oficio, siempre presente en mi cabeza, aunque habláramos de otras cosas. Tenía mucho sentido del humor y sabía reirse de sí misma.

—Mirá lo que me pasó el otro día. Yo estaba por Constitución parada en una esquina, tratando de enganchar algún cliente. En eso se me acerca un pibe y mirando mis bastones me dice: "¿La ayudo a cruzar, señora?". "Por veinte pesos me acuesto con vos y te hago de todo", le respondí. El pibe me miró con horror y salió corriendo. Quiso hacer una buena acción y mirá con lo que le salí yo....

Nos reimos, Alfredo y yo. La anécdota era graciosa, pero la risa nos salió dolorosa. No estoy segura de que cosa me parecía peor, que trabajara como prostituta o que alguien comprara los servicios sexuales de una persona tan ostensiblemente lisiada. Además me parecía tan refinada y tan culta. Pensé que debería cambiar de profesión y se lo sugerí, tratando de no parecer prejuiciosa respecto del antiguo oficio y evitando herir sus sentimientos.

—Decime Nelly ¿No pensaste en trabajar de otra cosa? Algo como...
—Decime nena —me interrumpió cortante. Yo profesión no tengo, trabajo no me da nadie. Ahora vos decime, con una mano en el corazón. Si yo te toco el timbre y me ofrezco de sirvienta para limpiar tu casa, ¿Vos me tomarías?

Me bajó de un hondazo.
"Claro que no" pensé, mientras me juraba nunca prejuzgar, nunca pontificar, y sobre todo entender, que en esta vida cada uno hace lo que puede.

viernes, 18 de junio de 2010

No quiero decirte adiós

Los grandes como Saramago no mueren nunca. En los libros que dejan queda encendida para siempre la llama de su talento, que seguramente alimentará a muchas generaciones. Esa es la ventaja que tienen sobre los mortales. Lloramos al ser humano que nos deja. Celebramos su paso por el mundo en lo mejor que queda de él: su obra.

miércoles, 16 de junio de 2010

Aniversario del levantamiento del gheto de Varsovia

Como dijo el gran poeta "...en un campo de concentracion proximo a Varsovia fue hallada una montaña de zapatitos de pibe, zapatitos blancos de pibe, zapatitos rojos de pibe....."

Eran tus compañeros en el juego del horror y la masacre, las cabecitas rapadas y la estrella obligatoria.
Eran pibes sin bicicleta Ana, pibes que no jugaban a la escondida por que no podían salir de su escondite.
Pibes flacos, pibes solos, pibes aterrados.
Pibes aplastados por la bota del nazi.
Del nazi, Ana.
Cuando pienso que vos dijiste: "A pesar de todo, sigo creyendo en la bondad innata del hombre", siento vergüenza, querida Ana, muchachita judía....
Vergüenza ante tu lección de amor.
Vergüenza ante tu fe.
Vergüenza ante tu coraje.
Vergüenza ante tu miedo.
Vergüenza ante tu sangre derramada.
Vergüenza ante tu vida sacrificada.
Vergüenza ante seis millones de vidas sacrificadas.
Vergüenza ante tu bandera que flamea.
Vergüenza de Hiroshima.
Vergüenza de Vietnam.
Vergüenza... vergüenza...
Pero mas verguenza sentiria si tu sacrificio hubiera sido inútil,
si la semilla que heredamos se hubiera perdido,
si los hombre y las mujeres que te sucedimos no hubiéramos entendido tu legado, tu deseo de paz, de amor, de fe, de justicia.
De paz, querida Ana , vos que no la conociste.
De amor y de fe.
Dijiste: "...pienso que todo volverá a ser bueno y que el mundo conocerá de nuevo el reposo y la paz..."
De justicia que vos no tuviste.
Ana del mundo.
Ana de los judíos.
Ana que hubiera querido disfrutar por mas tiempo de su vida de escolar.
Ana del campo de concentración.
Ana de la libertad.
Ana hija de todas las madres de la tierra.
Ana hermana de todos los hermanos.
Ana muerta por el odio.
Ana viva por el amor.
Ana que uno puede encontrar mirando las aguas negras del Sena, cortando flores en Holanda o paseando por una calle de San Telmo.
Ana de los cantores.
Ana de los poetas.
Ana de la ronda y la rayuela.
Ana de los 14 años.
Ana que le escribe a las muñecas.
Ana torturada.
Ana marcada.
Ana rapada...
Yo te prometo una enorme ronda de niños de colores.
Una gran universidad poblada de jovenes de distintas razas.
Yo te prometo una casa habitada por todos los credos.
Yo te prometo señalar siempre a los culpables.
Yo te prometo que en mí siempre vivira una nueva, vieja, Ana.


*Escrito en los años '60 para Ana Frank y leído durante el acto que conmemoraba el levantamiento del gheto de Varsovia en el Club Peretz de Lanús, Provincia de Buenos Aires, Argentina.

viernes, 11 de junio de 2010

Transitando los lugares que te alejan de Dios

1947 o 1948.
No recuerdo la fecha exacta en la que empezábamos a ir al colegio cuando yo era chica.
Pero como verán allí arriba, fue hace mucho.

Para mi familia, católica a ultranza, la mejor educación para la nena iba a ser la de la escuela de las monjas del Divino Corazón de la calle Charcas, que todavía está allí. Claro, yo era una especie de engendro rebelde que puteaba como un carrero, y que en lugar de ser modosita como una niña, jugaba a la pelota con su hermano en el patio donde el gol era romper un vidrio de la gran mampara de vitreaux que separaba ese lugar con el enorme hall de entrada.

Era una casa chorizo pero ancha y muy grande. Puerta de entrada con aldabón, zaguán que llevaba a otra puerta de vidrios biselados, en fin, casa prototipo de la época. Tenía habitaciones de servicio, galpones y hasta un fondo con árboles, donde años después nos esconderíamos a fumar y a comer hojas de mandarina que hicieran desaparecer el olor.

En ese patio, mi hermano y yo nos tirábamos en el suelo en las noches de verano, a tomar fresco y mirar la luna mientras cantábamos a duo "luna lunera cascabelera, ve y dile a mi chiquita por Dios que me quiera". En ese patio a partir de las seis de la tarde escuchábamos la musica de la calesita de la esquina. Desde ese patio también, hacíamos "funciones" de teatro, nacidas de mi histrionismo y de la necesidad de inventar divertimentos y juegos. Por lo que fuera, había que hacer funcionar la imaginación para llenar espacios y tratar de pasarla bien. Cobrábamos 10 centavos la entrada a los pibes del barrio. A veces con tres o cuatro espectadores, pero el show debía continuar. Yo imitaba a Lolita Torres y mi amigo Marcelo disfrazado de mujer, hacía un breve y absurdo paso de comedia. Mi hermano, la parte técnica. Telón de teciopelo -que ni se de donde colgábamos- y vestidos robados de los baúles de la bisabuela. Yo mantón de manila, igual a Lolita.

La cosa estaba complicada: mis viejos se habían separado y con mi hermano y mi mamá -nerviosa y malherida por su fracaso matrimonial- nos fuimos a la casa de mi bisabuela, dónde también vivían mi abuela y mi tía abuela.
La única salida que encontraron las pobres viejas, para la papa caliente que les habia caído en las manos, fue inscribir a la nena -lo mas parecida a la del exorcista-, en el colegio de monjas que quedaba a la vuelta. Ellas, seguramente, la iban a convertir en una señorita aceptable, presentable, y sobre todo devota, que es lo que le hacía falta a esta criatura malcriada.

"Primero inferior", "primero superior"... así era en aquellos tiempos. Aprendí a leer de repente, no me acuerdo cómo porque todavía ni habíamos visto las consonantes. El asunto fue que la monja maestra sospechó que yo aprendía las lecturas de memoria, así que un día me trajo la Biblia y la abrió en cualquier parte. Y yo leí. ¡Milagro! habrá pensado, mientras llamaba a la superiora para que me escuchara leer los versículos que jamás había visto y no podría haber memorizado. No sé. La cosa fue que ni mi aplicación, ni mi repentina e inexplicable lectura, me sirvieron para hacer méritos y ser aceptada por mis compañeras. Yo era para ellas "la hija de los separados". Estigma. Sino fatal. Sayo impuesto en una época en que la única de todo el colegio que venía de un hogar "diferente" era yo.
Seguramente en una escuela del Estado habría chicas de matrimonios rotos como en mi caso, y nadie me habría discriminado... pero en esta tan religiosa, yo era para mis compañeras una especie de entidad diabólica corporizada, de modo que me excluían de las rondas y ni siquiera querían darme la mano para correr esas carreras estúpidas de punta a punta en el patio del colegio, que solían disputarse en los recreos.
Así que como no podía ser la mejor, no tuve alternativa y a conciencia, echando mano a la capacidad que me acompañaba de nacimiento, me dediqué a ser la peor.
Plantones en el patio, como penitencias por travesuras que ahora no me parecen tan terribles. Preguntarle a una monja si debajo de esa especie de babero tenía tetas, fue una de ellas. Yo era de avanzada. Creo que nací fuera de época, simple curiosidad de querer saber si era una mujer como las otras.

A la tarde las clases eran llamadas "de caridad". Recuerdo a las chicas de guardapolvo gris, uniformadas de pobreza, tan distintas de nosotras, con polleritas tableadas y boinas con distintivos. Supongo que para estos seres extraños que eran las monjas, dar clases gratis era su manera de hacer méritos con Dios porque... ¿Les dije que era un colegio caro?
Como mis compañeras del turno mañana no me daban pelota y eran tan crueles -que aún recuerdo los nombres de algunas-, me hice amiga de las de guardapolvo gris, a las que me cruzaba cuando ellas entraban y yo salía. Cambiábamos palabras, figuritas y algun juego rápido en medio de los dos turnos.

Un día cualquiera que quedó en mi memoria para siempre, una monja que me vio, me llamó con voz y mirada severa para decirme:

—¿Cómo puede usted tener trato con la que podría ser la hija de su sirvienta?

Yo quedé estupefacta.
Yo, que siempre tenía una respuesta para todo, esta vez me quedé muda... aunque con los años encontré la respuesta. Seguro que a esta mina se le había perdido la página del manual del buen católico, esa que dice, que todos somos hijos de Dios.

martes, 8 de junio de 2010

Palabras para la guitarra de Delia Casenave (Piruli)

Ella sabe todo de mí,
conoce mi latido y la fuerza de mis puños.
Ella sabe todo de mí,
el calor de mi abrazo, mis penas, mis cadencias.
Ella sabe todo de mí,
mi alma la sostiene, ella confía.
Ella sabe todo de mí,
mis lágrimas resbalan por su cara.
Ella sabe todo de mí,
cuando no quiero cantar, se queda quieta.

lunes, 7 de junio de 2010

Cuando el amor viaja en una alfombra mágica

—¡Ese es mi amigo... lo conozco, vive en mi barrio! -exclamó Edgardo asombrado frente al cartel que decía: ¡EL GRAN FAKIR RADAMAN CUMPLE SUS 40 DIAS DE AYUNO CON LA LENGUA CLAVADA A UNA TABLA! ¡PASEN Y VEAN!
—¿Cómo que tu amigo? —pregunté yo.
—Si, se llama Alberto, lo conozco.

Edgardo y yo eramos compañeros en las clases de teatro en el Cervantes. El tenía 15 años, yo 13, y siempre hacíamos juntos una caminata por Corrientes.
Ese día ante el PASEN Y VEAN del cartel dijimos:
—¿Entramos?
Y pasamos y vimos, despues de pagar la entrada como corresponde. Gratis no era. El lugar, en penumbras pretendía una decoración de las mil y una noches del subdesarrollo, mas bien patético pero adecuado, porque te hacía sentir en otro mundo.
Cartón pintado, estrellitas intentando fulgurar... pobre, pero tenía lo suyo. Yo entré medio asustada. Era a la tarde, afuera luz y allí... allí en esa semipenumbra que ayudaba a disimular las imperfecciones del decorado, allí en el fondo estaba él... el Gran Fakir Radamán.

Nos fuimos acercando de a poco por la impresión, el susto y el miedo a tropezar. Lo iluminaba una luz sobre una especie de tarima, sentado en una silla. Se acercó al público para que notáramos de cerca su lengua clavada a una tabla. Yo no la ví, al menos en ese momento, porque lo que mas me impresionó fueron sus grandes ojos celestes, su barba y sus ropas que lo hacían parecer un príncipe encantado ante mis ojos adolescentes. Verlo y enamorarme fueron todo uno.

Cuando salimos a la calle no dije nada. Como a topos enceguecidos, el sol nos dio de lleno y Edgardo no se dio cuenta de lo que su amigo el fakir, me había impresionado.
La vida siguió su curso. Las clases, los cafes en La Real de Corrientes y Talcahuano. Hasta que un día sonó el telefono en mi casa, donde vivíamos mi abuela, mi hermano y yo. Era Edgardo.

—Che... me llamó el fakir... ¿Te acordás del fakir?
"Cómo no me voy a acordar" pensé, pero dije solamente...
—Si...
—Bueno, dijo que va a hacer un ayuno en la calle Corrientes y me preguntó si conocía a una chica de buena presencia que pudiera hablar por micrófono. Yo pensé en vos...
—De una —dije. ¿A dónde hay que ir?

Me dió direccion y hora en que debía presentarme. Cuando llegué al local, estaban el fakir -sin la tabla- y su mujer -garrotazo para mis ilusiones-. Me tomaron enseguida. No sé como, yo tenía trece años... pero me tomaron. Ellos me darían la ropa que tenía que usar, indicándome que el trabajo duraría lo que el ayuno: 60 días. Mi función: vender horóscopos y anunciar por micrófono lo que sucedía, para atraer a los transeúntes. La cosa era como un kiosco 24 hs. Siempre abierto.
Elegí el horario de 10 de la noche a 6 de la mañana, mientras mi pobre abuela dormía y yo podía escaparme para volver a las 7 en pleno amanecer. Tenía todo muy bien planificado.

¡Y ACA DAMOS COMIENZO A LA FUNCION!

El día de la inauguración llegué puntual y ahí nomás me disfrazaron de odalisca. Me quedé mas tranquila al ver que su mujer estaba igual. Su hija no, que tenía un par de años más que yo.

Los carteles anunciaban que El Gran Fakir Radamán iniciaría su ayuno de sesenta días batiendo su record anterior. Primero, como demostración de su gran fuerza y poderío, arrastraría un coche desde Libertad y Corrientes hasta el Obelisco, con dos ganchos de carnicero que atravesaban la piel de su cintura.

Y lo arrastró nomas. Lo ví, lo tenía al lado porque mientras el llevaba el coche y la gente se agolpaba para ver tremenda hazaña, su mujer y yo caminábamos lentamente a su lado, cual odaliscas de turno. Llegó al obelisco. Misión cumplida, aplausos y vivas.
Lo que venía después era meterse en un sarcófago de vidrio, habitado hasta ese momento por una vívora y algunas arañas, y coserse la boca con hilo de oro en forma de cruz, garantizando la no ingesta de alimentos. Todo a la vista del público y de mis enamorados y azorados ojos.

El hombre estaba agujereado por todos lados. Mi admiración crecía junto con mi silencioso amor.
Una especie de manager del espectáculo me señaló una mesita cerca de donde yacía mi príncipe encantado y luego de indicarme el precio al que tenia que vender los horóscopos -que el fakir firmaba a los interesados que lo pasaban por una rendija- me dio un micrófono bajo la orden de usarlo constantemente, asi que por los parlantes colocados en la calle se escuchaba mi voz que decía ininterrumpidamente:
"Pasen señores, a ver al gran fakir Radaman, con sus arañas pollito, sus vívoras amaestradas, la boca cosida, cumpliendo un ayuno de sesenta dias con el que batirá su propio record"

No habrían pasado dos días cuando se presentó la Gorda Beba que, no solo era mayor que yo, sino un poco mas sensata
—¿Pero vos estás loca? Mirá si se enteran en tu casa.
Le explique mi método de escaparme y volver antes de que mi abuela se despertara.

Yo no sé si fue ella quien avisó o alguien que me vio. La cosa es que se enteró mi vieja que vivía con su marido de entonces. Y una noche mientras mi voz salía por los parlantes, llegó al local y le dijo a él:

—¡Pero mirá que bien que habla la nena!

El marido, que como la Gorda -respecto a mí- era mas sensato -respecto a ella-, entró y me sacó por la fuerza. Los horóscopos volaron por el aire y yo pataleaba enfundada en mi traje de odalisca.
Por unos días, no muchos, me quedé en el molde. Despues volví y recuperé mi puesto en la mesita, desde donde podía ver al fakir, que a esta altura había puesto en mi sus libidinosos ojos. "¡Papita pa'l loro!" habrá pensado. Tampoco esa vez duré mucho porque me volvieron a pescar y me tuve que quedar quietita, esta vuelta en serio.

Pasó el tiempo y un día Edgardo me dijo:
—¿Sabés quién me llamó? El fakir, y me preguntó por vos.
—¿Si? —pregunté con voz temblorosa.
—Sí, y me dijo que quería que tomáramos un café y que vos vinieras.
—Voy —volví a decir de inmediato.

La cita era al día siguiente en un café por la zona de Tribunales. Cuando llegué estaban Edgardo y el fakir sentados a una mesa. El trayecto hasta ellos fue el mas largo del mundo. Las piernas me temblaban junto al resto del cuerpo. Casi no podía respirar y la emoción me había hecho un nudo en el estómago. Un desastre.
Me recompuse como pude y traté de parecerme a Rita Hayworth en "Gilda", cuando me acerqué y les dije:
—¿Cómo les va?
De ahi en más tratando de parecer mundana, sostuve como pude una charla que versó en como había terminado el ayuno, que había tomado leche hasta poder comer y esas cosas propias de los fakires y de nadie mas. Pasó un rato hasta que Edgardo dijo:
—Tengo que ir a buscar a mi novia. —Y sin mas se despidió y se fué.
Yo quede paralizada, sola con el fakir, sin saber que decir ni que hacer. El se encargó.
—¿Querés que vayamos a cenar? —propuso.
—Bueno, respondí con un hilo de voz. —Yo hasta ese momento siempre había cenado en mi casa. Jamás con un señor. Pero quería seguir pareciéndome a Rita.

Pasado el impacto de la invitación me tranquilicé y nos encaminamos hasta un boliche que quedaba detrás del Congreso. No recuerdo bien como llegamos hasta ahí. Lo que sí recuerdo es que de pronto me vi frente a un hombre de carne y hueso (nada parecido a mi príncipe), que decia soñar con mis ojos a la noche, que debido a su amor por mí se iba a separar de su mujer porque ya no la soportaba y bla bla bla.
¡Epa!... sentí como un alerta dentro de mi.
¿Y la alfombra mágica?
¿Y el príncipe de las mil y una noches?
¿Y su cara que me recordaba al Cristo de las estampitas?
Habían desaparecido. No estaban mas.
Solo tenía ante mi a un señor de cuarenta largos que me proponía, luego de dejar a su mujer, un viaje a Chile, que lo iba a dejar preso nomás pisar la frontera.
Y que ahora despues de cenar, fuéramos a un lugar tranquilo en donde él me demostraría su amor y yo le daría el mio (a cuenta de mayor cantidad).

Entré en pánico. Rita desapareció de mi y quedó solo una niña aterrorizada con la idea del pecado martillando en su cerebro, tomando conciencia del peligro que se avecinaba. Me levanté de la mesa y salí corriendo del restaurante, donde las garras del conquistador quedaron vacías, arañando miguitas de pan.

Sin mirar atrás, llegué a la plaza Congreso y tomé un taxi hasta Palermo. Mi abuela no dormía y me retó por llegar tarde. Yo respiré aliviada y agradecí su reto, aunque todavía no tenia conciencia de lo que me había salvado. Debe haber sido la única vez en que la culpa judeo-cristiana me sirvió para algo.

Años después, ya casada y con hijos volví a ver al fakir en un programa de television, esos de entretenimientos. Estaba mas viejo, y con una mona amaestrada a la que hacía pasar un hilo por el ojo de una aguja que el sostenía. Me reí a los gritos hasta que me ví en la cara de la mona y me dije recordando esta historia:

—¡Pensar que este hijo de puta me quiso enhebrar a mi!

¿Papita pa'l loro? Ja.

viernes, 4 de junio de 2010

La nena es comunista

Eran tiempos de ilusiones, donde la militancia era la herramienta para concretarlas.
Allá por los sesenta estaba yo con la Gorda Beba mi amiga y cumpa con la que ibamos a cambiar el mundo, en el bar de la esquina del viejo y querido teatro Fray Mocho. Enfrascadas en lo nuestro (prensa, bonos y panfletos) de pronto advertimos la irrupción de la policía, muy común en esos tiempos. Te pedían documentos y te llevaban "por averiguación de antecedentes" sin mas ni mas aunque no tuvieras una cara sospechosa.

Eran tiempos también en los que todos eran ciudadanos de segunda o de tercera como nosotras, que nos agarraron con todo encima (material del Partido Comunista absolutamente proscripto). Así que sin derecho al pataleo no pudimos zafar y nos llevaron en cana.

Comisaría, tocada de piano como le dicen a la toma de impresiones digitales y a esperar con la Gorda (cara de pánico y yo también) para saber que iban a hacer de nosotras.

Mi apellido -pongámosle García- es por parentesco el mismo que el de un famoso general al que en ese momento, en que nosotras pensábamos vender los bonos y tirar los panfletos, se le había ocurrido dar un golpe de estado. Y lo estaba dando.
De esto nos enteramos la Gorda Beba y yo por que nos tenian esperando en un cuartito en donde había radios o trasmisores. Así fue que escuchábamos que las tropas del General "García" avanzaban hacia...etc.

Fue entonces que se me ocurrió la idea de hacer valer el parentesco, aunque nunca había visto en mi vida al general en cuestión.

Llamé a un policía y le dije:
—Señor, yo soy "García". ¿Usted cree que valdrá la pena molestar al general "García" para que nos saque de esta situación?
El hombre con cara sobradora me contesto:
—Mirá, acá cae mucha gente que se quiere hacer pasar...
—No —lo interrumpí—. Yo no me quiero hacer pasar. Yo soy. Y si puedo hacer una llamada lo voy a demostrar.

Me dieron un teléfono y llamé a mi viejo para ver si podía hacer algo, porque no tenía ni idea del número del general.
Mi viejo no contestó nunca, pero mi actitud decidida hizo que el policía le contara la cosa a un superior, y como realmente se estaba gestando el golpe, decidieron por las dudas dejarnos ir. Por portación de apellido creo.
Cuando dijeron que iban a entregarnos los documentos, se abrió la puerta y entró mi vieja, que avisada por amigos que vieron cuando nos llevaban, irrumpió en la oficina del principal diciendo estas palabras:

—Señor Comisario, la nena es comunista... ¡pero es buena!

Yo no vi la cara del comisario ni escuche qué le contestó. Lo único que guardo en mi memoria es la cara de la Gorda que sin palabras me decía:

—Flaca... de acá no salimos mas.

Mi viejo no atendió el teléfono porque tenía al general escondido en su casa.
Ni la Gorda ni yo hicimos la revolución.
El si dió el golpe.

jueves, 3 de junio de 2010

La niña del manojo o el manojo de la niña

El manojo eran esas gomas con que las chicas suelen atarse el pelo. Había muchas agarradas de un cartoncito y era la oferta que la niña dejaba en las rodillas de los viajantes que íbamos en el subte.
Parecía un ángel. No mas de seis años, dos trencitas ralas, color de piel oscuro, no mucho, pero me hizo acordar del bolero angelitos negros.

Transitaba los regazos como jugando, con la inocencia lúdica que a mí en ese momento me pareció intacta. Luego pasaba recogiendo la mayoría de sus gomitas rechazadas. Así, sin palabras. Con los mismos códigos de todos los que hacen eso. Lo dejas en el lugar, el que lo puso ahí lo toma sin decir palabra, sin negociación que medie entre vos y el ofertante.

Pero acá estaban los ojos de la niña del manojo. Los ojos que la hacían diferente, por lo menos a los míos. Los ojos que tenían la particularidad de ser pícaros e inexpresivos a la vez. Me llamó la atención la dualidad. Después creo que la entendí. Jugaba repartiendo y recogiendo, y a la vez, llevaba a cabo una acción mecánica para la que había sido adiestrada.

Salimos en la estación Lacroze. No se como, la niña delante mío en la escalera mecánica.

Al llegar a la calle comenzó a dar saltitos en ese caminar característico de los chicos. La seguí. 

Su destino final estaba ahí no mas, a la vuelta de la boca del subte. Grandes bolsas de plastico con mercaderías, una mujer gorda y sórdida junto a un hombre con aspecto canallesco y el resto del manojo, otros niños como ella, viajeros, vendedores, mendicantes, que repetirían como ella, este viaje de ida y vuelta con destino a ninguna parte.