lunes, 3 de enero de 2011

Un asunto raro, eso del amor

Solíamos vernos bastante seguido. A pesar de no tener muchas cosas en común, nos unía el placer de la buena mesa, y la simplicidad de las charlas referidas al campo. La gente de campo, la vida en el campo, la siembra, la cosecha, la lluvia, la sequía, la soledad. Ella no compartía del todo este amor, pero acompañaba a su marido -bastante mayor- en algunos viajes por negocios o placer o como la vez que fueron a comprobar el desastre de las inundaciones que dejaron las tierras anegadas e inservibles para siempre.

Compartían un departamento chico pero confortable cuando el venía a la ciudad. El resto, ella en su empleo, él viajando. No era lo que se dice un matrimonio de tiempo completo. Las ausencias de él eran frecuentes y las infidelidades de ella, también. Era un amor raro, por lo menos, eso nos parecía.
Muy unidos, atentos a las necesidades del otro y si no fuera por las escapadas de ella, podría decirse que eran una pareja perfecta.
Él la amaba sin reservas, a todas luces se veía. Ella a su modo, creo que también. Eso lo comprobamos después. Pasaron los años y la vida en común signada por la rutina. El se refería a su ex mujer como "mi socia". Nunca supe si realmente tenían un negocio en común, o solo era su manera de nombrarla.

Ella me hacía partícipe de sus aventuras y al principio yo sentía en estas confidencias algo de resquemor. Después, se convirtieron en parte de la cosa. Ahí comencé a pensar que él lo sabía y que miraba para otro lado por que no quería perderla. La había conocido siendo ella muy joven y él casado y con hijos, la instaló en la ciudad, en el departamento que visitaba a escondidas al principio y que legalizó cuando se separó; mudándose con ella la llamaba "su mujer" ya sin tapujos. Ella era muy hermosa, una rubia muy alta y atractiva y mientras él envejecía, ella alcanzaba la plenitud de su belleza.
De alguna manera, en el fondo de nuestros pensamientos, albergábamos la sucia idea de que a ella la movía el interés para estar a su lado, manteniendo esta relación tan despareja y sostenida por sus visitas a camas ajenas para matizar la rutina.
Yo me mudé, y por esas inexplicables bifurcaciones, transitando otros rumbos, dejé de verlos. Pasaron mas años y un día encontre a alguien que los conocia. Pregunté por ellos.

—¿Cómo? ¿No te enteraste? El la dejó... después de tantos años... ¿Quién iba a decir, no?
—¿A decir qué? —alcancé a preguntar.
—Que el que la iba a dejar fuera él, que ya ronda los 95 si es que está vivo.
—¿Y ella? ¿La viste? ¿Cómo está?
—¿Ella? Parece una anciana. No sabés la depresión que tuvo cuando él la dejó... hijo de puta. La última vez que la ví, juré no volver. Me hizo mierda.

Nos despedimos. Cuando quedé sola entendí la magnitud del amor mutuo. El de ella que no pudo soportar el abandono y el de él, que como un elefante viejo, que sabe que va a morir, se apartó de la manada, se retiró a esperar, y sobre todo , se alejó de ella, para no molestarla.