martes, 12 de abril de 2011

El amor tiene cara de mujer

Teníamos planeado el viaje con la Negra. La idea surgió de la pena por que su hija viróloga, luego de casarse acá, había ganado una beca y se iba a radicar, junto con su marido en Estados Unidos, mas específicamente en San Francisco, lugar donde mi madre vivía desde hacía algunos años.

—Bueno Negra —le dije tratando de levantarle el ánimo— juntemos unos mangos. A lo sumo en un año tenemos la guita para viajar, vos ves a la nena y yo a mi vieja.
Esa meta le gustó, y creo que amortiguó el dolor. Su "nido vacío" empezó a llenarse con la esperanza de un viaje, a todas luces maravilloso.
—Imaginate Negra, vos y yo en San Francisco... la rompemos.

Y con esa ilusión a cuestas, la vida que no se fija en gastos, nos hizo tocar fondo de golpe. Sobre todo a ella, porque se murió. Así, de repente, de un ataque, la Negra se murió. Su hija viajó a Buenos Aires. Nunca me voy a olvidar del círculo de dolor que formaban ella y sus hermanos en el cementerio, abrazados y llorando.
La vida, que tiene esa manía de seguir, continuó sin pausa.

Mi vieja era una presencia constante en el teléfono. Era adicta y llamaba a sus amigos desde allá como si nada. Un día me encontré con Virgilio Expósito en un concierto de alguien.
—Me llamó tu vieja —me dijo—. En casa le dijeron que yo estaba en Colombia. Pidió mi número y me rastreó allá.
Yo me reí. Propio de ella. También llamaba siempre a casa de Adolfo Abalos, en Mar del Plata. Adolfo y Nancy eran como hermanos para ella.
—Parecés la guía —le decía yo—. Te sabés todos los números de memoria.
Cuando hacía algo que quería compartir, llamaba a quien fuera sin problemas.
—Gastás fortunas —le reprochaba— pero en el fondo sabía que era su manera de acortar distancias.

La idea del viaje, se había ido bajo tierra, junto con la Negra, hasta que un día, mamá me llama y dice:
—Te mando el pasaje. Ya arreglé donde vivo para que te pongan una cama. No sale mucho. ¿Cuándo querés viajar?
Amigos de allá me ayudaron con el tema de la visa, renové el pasaporte, y en un mes estaba abrazando a mamá en el aeropuerto, llorando de alegría.
—¡Mirá, el Golden Gate! Lo viste en tantas películas. ¿No te emociona pasar por acá?
Todo era vertiginoso. Hacía años que no la veía y tenía una mezcla de sentimientos en los que la Negra ocupaba con fuerza su espacio, por eso de haberse muerto, y no estar conmigo en ese momento.

Luego de la consabida vuelta, almuerzo en un restaurante muy lindo, famoso porque iba Sinatra y ahí se había filmado una película, nos fuimos al hotel. Lo primero que hice al llegar fue llamar a la hija de la Negra. Junto con la mía compartieron jardín de infantes, escuela primaria y con la amistad que me unía a la Negra, sus chicos eran como míos.
—¡Sorpresa! Estoy en San Francisco —y ella todavía incrédula me contestó— ¡Qué bueno! ¡Quiero verte! Te pasamos a buscar a la noche.
Les di la dirección y vinieron a buscarme ella y el marido. Me llevaron a un lugar tailandés y a mostrarme lo linda que es la bahía de noche. En un momento que nos quedamos a solas, él me dijo:
—Alicia está rara. No sé que hacer. Llora... pienso que no ha podido superar la muerte de su madre.
—Bueno, puede ser —dije yo— aunque ya pasó mas de un año.
—¿Por qué no hablas con ella? Acá estamos solos, tenemos amigos pero no familia y vos sos como una madre para ella.
—Por supuesto —le contesté— aunque no quisiera forzarla.
—No, no —dijo él—. Mañana venís a casa y yo con un pretexto las dejo solas, para que hablen.

Y así fue. Al día siguiente, cuando quedamos solas, a la primera pregunta de cómo estaba, cayo en mis brazos, hecha un mar de lágrimas.
—Nunca me pasó una cosa así —decía entre hipadas—.
—¿Pero qué te pasa? ¿Andás mal con Alberto?
—No. El es un santo y mi mejor amigo —dijo calmándose un poco—. Hay una chica en el laboratorio, me mira, me espera. Y dice que me ama.
—¿Y vos que problema te hacés? Decile que no te joda, que no te interesa.
—Ese es el problema. Que me interesa. No se que me pasa. Nunca me gustó una mujer, ni siquiera una actriz de cine ¿Estaré loca?
—Pero no nena —dije sin saber muy bien de qué se trataba, pero con la seguridad de que el tema requería cuidado. Ella estaba muy asustada, con sentimientos nuevos y raros—.
—¿Qué hago?
—Lo primero que tenés que hacer, es aceptar que esto está pasando, y no pretender taparlo —dije pensando en el obscuro objeto del deseo—. Tenés que afrontarlo, y descubrir si está en vos.
—¿Si está en mi qué? —me preguntó aterrada.
Yo no quería herirla. El descubrimiento de sus sentimientos por una mujer a los treinta años era fuerte, sorprendente y atemorizante. Iba en contra de todos los mandatos.
—Si está en vos. Si es un sentimiento pasajero o...
—Si soy lesbiana.
—Sí. Lo peor que podes hacer con esto es taparlo, tenés que indagar en vos, tenés que saber. Ahora estas casada con un hombre. Podrías seguir así y dentro de un tiempo descubrir que esto no era. Me parece lo mas sano, que pongas en claro tus sentimientos. Y sobre todo, si hay algo que afrontar, que lo hagas.
—¿Me estás diciendo que pruebe?
—Claro. Lo peor que podes hacer, es pretender que no existe.
Quedo pensativa un rato, y ya mas calmada dijo:
—¿Qué creés que hubiera dicho mamá de esto?
—Lo mismo que te digo yo —contesté sin vacilar—. Y lo sé, por que esto que te digo a vos, es lo mismo que le diría a mi hija si estuviera en tu lugar.

En mi plan de prueba no figuraba la charla aclaratoria que tuvo con su marido. Ella era muy derecha, así que le contó todo antes de que pasara nada. Y él, con la generosidad del amor verdadero se apartó, dejándola sola, para que pudiera aclarar su panorama.

Pasaron como veinte años desde aquel momento. La Negrita, hizo una gran carrera en el campo científico. Su nombre es reconocido, ha sido premiada. En el mundo se conocen sus trabajos. Es uno de mis orgullos. Les dije que era como una hija para mí.

Hace años que volvió. No soportó el destierro y además quiso poner al servicio de Argentina su sabiduría, sus descubrimientos, y sobre todo trabajar para su gente. Ahora vive acá. Y con ella vive Jenny, aquella mujer inquietante, que la asustaba tanto, y que es su amor, y su pareja desde entonces, desde hace veinte años. Jenny siempre me dice que por culpa de mis consejos ella vino a parar al tercer mundo. Yo le contesto que no tendremos dólares como allá, pero tenemos amor y la ley del matrimonio igualitario. Primer mundo a mí...