martes, 16 de noviembre de 2010

Manos

— A ver, una chata para la cama 3.
—Yo no puedo en chata.
—¡Vas a tener que poder!
No pude. Y eso que de que pudiera dependía que me dieran de comer. Así que seguí con mi dieta de agua.

Miro alrededor. El recinto en que funciona terapia intensiva pide a gritos un lavado de paredes y de las cortinas que intentan dar privacidad a las camas. Los enfermeros corren como locos cumpliendo a rajatabla sus horarios de dar medicinas, sacar sangre, torturarte con un baño en la cama, tomarte la presión, la temperatura, casi siempre en el momento en que conseguiste dormitar un poco. En fin, son algunas de las prácticas que forman parte del post-operatorio.
¿Y cómo llegue aquí? En un abrir y cerrar de tijeras, cucharas escalpelo, algo de sangre y la habilidad del cirujano para sacar lo que había que sacar. Pero antes, tomografías, análisis, interconsultas con resultados fuleros y atemorizantes. Total, hay que operar.
—Bueno —pensé. No deja de ser una chance.

Todo largo, salpicado de miedo ineludible, con cautela de mi médico, que al plantear sus dudas, me reafirmaba la certeza de estar en buenas manos. He visto a doctores meter la pata y equivocarse por creer que "yo lo se todo". Este no, todo lo contrario. Se llama Dr.Grimaldi. Es el jefe y tiene la humildad de decir "tengo una duda".

Otro caso maravilloso. Suena el teléfono en casa.
—¿Hola?
—¿Hola, la Sra. Lucía? Habla el Dr. Pelufo.
—Soy yo —dije.
—La llamo para darle las instrucciones de la rutina para el análisis que se tiene que hacer.
Y ahí me largó las indicaciones de lo que podía hacer y no hacer en las 48hs previas. Me llamó la atención que el Jefe de Patología me llamara personalmente y se lo dije.
—Que raro que me habla usted, por lo general estas cosas suelen darlas anotadas en un papel las secretarias.
—Lo que pasa señora es que a mí me gusta tener contacto personal con los pacientes.
Me dejó helada. En este mundo en que el enfermo es sólo un número de cama o de historia clínica.
—Tengo miedo... mucho miedo.
Y ese fue el comienzo de algunas charlas que se convirtieron en un bálsamo para mi ánimo en baja y mis nervios en alza.

Y acá estoy, haciendo algunas comprobaciones, y algunas reflexiones. Por ejemplo: algunas enfermeras son unas turras (ojo digo "algunas"). La vocación de servicio requerida para estas profesiones no es la de limpiar culos sino la de aliviar el dolor ajeno, y si no sentís eso, mejor que hagas un curso de ikebana.

Entran dos enfermeros. Cambio de guardia. Tienen toda la noche por delante. Hay que pasarla. Uno también tiene que pasarla pero desde el dolor parece todo mas lento.
—Hola querida... sí, me di cuenta... ¿Pero qué querés? Yo hago todo lo posible.
—(Pausa, respuesta del otro lado)
—Si... si... pero si. Entiendo lo que querés decir y en eso te doy la razón.
—(respuesta otra vez)
—¡Pero si vos sabés que yo salgo del trabajo y voy a verte!
—(Respuesta con reproche)
—Yo entiendo que no te alcanza. ¿Pero qué querés que haga?
—(Más pausa y reproche)
—Quiere decir que vos querés más ¡Que lo que yo te doy no te basta! ¿Y que por eso me vas a dejar?
Mientras esta conversación se llevaba a cabo, seis dolientes camas esperaban curaciones, medicamentos que aliviaran el dolor. Luego de una hora aproximadamente, inició su rutina, que era interrumpida por los llamados (Marta se llamaba) que no había quedado del todo conforme.
—Mas tarde te llamo —le dijo él.
La cosa va a seguir, me dije y no me equivoqué.

Al día siguiente me anunciaron: "En un rato te pasamos a una pieza común". Se concretó seis horas después.
El tiempo acá es muy relativo. Me transportó un enfermero, le dije que iría al baño antes de acostarme, cuando salí se había ido y yo sola con el palo con los sueros que se habían enredado me las arreglé como pude y me metí en la cama. Mi compañera de cuarto, una joven encantadora con un marido la mar de simpático.

Este es a grandes rasgos mi paso por el sanatorio, nosocomio, clínica, centro médico y vaya a saber de cuantas maneras mas puedo nombrarlo. Acá, en un momento me sentí Frida Kahlo, porque me sabía un rompecabezas que debía ser rearmado. Pienso en el dolor en soledad. Ese no lo sentí. Ese debe ser terrible. Yo tuve a mis afectos muy cerca. La cosa es distinta con los seres queridos al lado. Todos los que vinieron, los que llamaron, los que estan lejos, los amigos virtuales que me mandaron sus buenos deseos. Fernando, llamando desde París, para decirme que en verano viene a cantarme bossa nova (es un groso cantando).

Tanta demostración de afecto hace las veces de muralla en la que se estrella el dolor. Tuve una imagen que quisiera poder dibujar con palabras: Una niña, era yo niña tratando de cruzar un puente. Alrededor todo estaba oscuro, sólo se veía a la niña y el puente. Y con claridad infinita se veían las sogas de las cuales había que sostenerse para cruzar. Y las sogas eran manos, nudillos que uno al lado de otro formaban la baranda para agarrarse. Gracias a los dueños de esas manos. Por ellos pude llegar al otro lado.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Los pájaros quietos

Como los pájaros ciegos de José Portogalo
habitantes inmóviles, de este árbol desnudo
misteriosos y pétreos, haciendo posta, quietos
parecen la paciencia de este mundo expectante.

Toman sabia distancia de nosotros, y planean quizás
las mas bellas migraciones
hacia algún monte que aún no se ha talado,
hacia algún río que conserva el agua pura.

Hacia algun lugar inexistente,
donde un linar se junta con el cielo...
Y el viento les acerca una bandada de nidos.