Las
cejas en arco, como si esperaran una revelación. El cuerpo tenso del
hombre que iba en el tren de la tarde hasta la estación Tigre. De
pronto se aflojaba, como replegándose, y sus manos hacían un gesto
como diciendo «se acabó».
Nadie lo miraba. Yo lo hacía con disimulo. Él continuó todo el viaje inmerso en un diálogo secreto, que hacía que los surcos de su frente se parecieran a las olas que se derraman en la orilla, con ese temblor de haber llegado a alguna parte. Yo lo espiaba. No quería interrumpir su coloquio. Me sentía como entrando en zona ajena y sin permiso, mientras pensaba que cara estaría poniendo yo, con la curiosidad de querer saber.
Miré alrededor asustada, sintiendo que también a mí alguien podía estar observándome. De pronto, me sentí el punto, el motivo, el centro. Fue cuando él me clavó su mirada dura y en mudo reproche me preguntó sin decir nada, «¿A vos qué te importa?».
Nadie lo miraba. Yo lo hacía con disimulo. Él continuó todo el viaje inmerso en un diálogo secreto, que hacía que los surcos de su frente se parecieran a las olas que se derraman en la orilla, con ese temblor de haber llegado a alguna parte. Yo lo espiaba. No quería interrumpir su coloquio. Me sentía como entrando en zona ajena y sin permiso, mientras pensaba que cara estaría poniendo yo, con la curiosidad de querer saber.
Miré alrededor asustada, sintiendo que también a mí alguien podía estar observándome. De pronto, me sentí el punto, el motivo, el centro. Fue cuando él me clavó su mirada dura y en mudo reproche me preguntó sin decir nada, «¿A vos qué te importa?».
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