lunes, 7 de junio de 2010

Cuando el amor viaja en una alfombra mágica

—¡Ese es mi amigo... lo conozco, vive en mi barrio! -exclamó Edgardo asombrado frente al cartel que decía: ¡EL GRAN FAKIR RADAMAN CUMPLE SUS 40 DIAS DE AYUNO CON LA LENGUA CLAVADA A UNA TABLA! ¡PASEN Y VEAN!
—¿Cómo que tu amigo? —pregunté yo.
—Si, se llama Alberto, lo conozco.

Edgardo y yo eramos compañeros en las clases de teatro en el Cervantes. El tenía 15 años, yo 13, y siempre hacíamos juntos una caminata por Corrientes.
Ese día ante el PASEN Y VEAN del cartel dijimos:
—¿Entramos?
Y pasamos y vimos, despues de pagar la entrada como corresponde. Gratis no era. El lugar, en penumbras pretendía una decoración de las mil y una noches del subdesarrollo, mas bien patético pero adecuado, porque te hacía sentir en otro mundo.
Cartón pintado, estrellitas intentando fulgurar... pobre, pero tenía lo suyo. Yo entré medio asustada. Era a la tarde, afuera luz y allí... allí en esa semipenumbra que ayudaba a disimular las imperfecciones del decorado, allí en el fondo estaba él... el Gran Fakir Radamán.

Nos fuimos acercando de a poco por la impresión, el susto y el miedo a tropezar. Lo iluminaba una luz sobre una especie de tarima, sentado en una silla. Se acercó al público para que notáramos de cerca su lengua clavada a una tabla. Yo no la ví, al menos en ese momento, porque lo que mas me impresionó fueron sus grandes ojos celestes, su barba y sus ropas que lo hacían parecer un príncipe encantado ante mis ojos adolescentes. Verlo y enamorarme fueron todo uno.

Cuando salimos a la calle no dije nada. Como a topos enceguecidos, el sol nos dio de lleno y Edgardo no se dio cuenta de lo que su amigo el fakir, me había impresionado.
La vida siguió su curso. Las clases, los cafes en La Real de Corrientes y Talcahuano. Hasta que un día sonó el telefono en mi casa, donde vivíamos mi abuela, mi hermano y yo. Era Edgardo.

—Che... me llamó el fakir... ¿Te acordás del fakir?
"Cómo no me voy a acordar" pensé, pero dije solamente...
—Si...
—Bueno, dijo que va a hacer un ayuno en la calle Corrientes y me preguntó si conocía a una chica de buena presencia que pudiera hablar por micrófono. Yo pensé en vos...
—De una —dije. ¿A dónde hay que ir?

Me dió direccion y hora en que debía presentarme. Cuando llegué al local, estaban el fakir -sin la tabla- y su mujer -garrotazo para mis ilusiones-. Me tomaron enseguida. No sé como, yo tenía trece años... pero me tomaron. Ellos me darían la ropa que tenía que usar, indicándome que el trabajo duraría lo que el ayuno: 60 días. Mi función: vender horóscopos y anunciar por micrófono lo que sucedía, para atraer a los transeúntes. La cosa era como un kiosco 24 hs. Siempre abierto.
Elegí el horario de 10 de la noche a 6 de la mañana, mientras mi pobre abuela dormía y yo podía escaparme para volver a las 7 en pleno amanecer. Tenía todo muy bien planificado.

¡Y ACA DAMOS COMIENZO A LA FUNCION!

El día de la inauguración llegué puntual y ahí nomás me disfrazaron de odalisca. Me quedé mas tranquila al ver que su mujer estaba igual. Su hija no, que tenía un par de años más que yo.

Los carteles anunciaban que El Gran Fakir Radamán iniciaría su ayuno de sesenta días batiendo su record anterior. Primero, como demostración de su gran fuerza y poderío, arrastraría un coche desde Libertad y Corrientes hasta el Obelisco, con dos ganchos de carnicero que atravesaban la piel de su cintura.

Y lo arrastró nomas. Lo ví, lo tenía al lado porque mientras el llevaba el coche y la gente se agolpaba para ver tremenda hazaña, su mujer y yo caminábamos lentamente a su lado, cual odaliscas de turno. Llegó al obelisco. Misión cumplida, aplausos y vivas.
Lo que venía después era meterse en un sarcófago de vidrio, habitado hasta ese momento por una vívora y algunas arañas, y coserse la boca con hilo de oro en forma de cruz, garantizando la no ingesta de alimentos. Todo a la vista del público y de mis enamorados y azorados ojos.

El hombre estaba agujereado por todos lados. Mi admiración crecía junto con mi silencioso amor.
Una especie de manager del espectáculo me señaló una mesita cerca de donde yacía mi príncipe encantado y luego de indicarme el precio al que tenia que vender los horóscopos -que el fakir firmaba a los interesados que lo pasaban por una rendija- me dio un micrófono bajo la orden de usarlo constantemente, asi que por los parlantes colocados en la calle se escuchaba mi voz que decía ininterrumpidamente:
"Pasen señores, a ver al gran fakir Radaman, con sus arañas pollito, sus vívoras amaestradas, la boca cosida, cumpliendo un ayuno de sesenta dias con el que batirá su propio record"

No habrían pasado dos días cuando se presentó la Gorda Beba que, no solo era mayor que yo, sino un poco mas sensata
—¿Pero vos estás loca? Mirá si se enteran en tu casa.
Le explique mi método de escaparme y volver antes de que mi abuela se despertara.

Yo no sé si fue ella quien avisó o alguien que me vio. La cosa es que se enteró mi vieja que vivía con su marido de entonces. Y una noche mientras mi voz salía por los parlantes, llegó al local y le dijo a él:

—¡Pero mirá que bien que habla la nena!

El marido, que como la Gorda -respecto a mí- era mas sensato -respecto a ella-, entró y me sacó por la fuerza. Los horóscopos volaron por el aire y yo pataleaba enfundada en mi traje de odalisca.
Por unos días, no muchos, me quedé en el molde. Despues volví y recuperé mi puesto en la mesita, desde donde podía ver al fakir, que a esta altura había puesto en mi sus libidinosos ojos. "¡Papita pa'l loro!" habrá pensado. Tampoco esa vez duré mucho porque me volvieron a pescar y me tuve que quedar quietita, esta vuelta en serio.

Pasó el tiempo y un día Edgardo me dijo:
—¿Sabés quién me llamó? El fakir, y me preguntó por vos.
—¿Si? —pregunté con voz temblorosa.
—Sí, y me dijo que quería que tomáramos un café y que vos vinieras.
—Voy —volví a decir de inmediato.

La cita era al día siguiente en un café por la zona de Tribunales. Cuando llegué estaban Edgardo y el fakir sentados a una mesa. El trayecto hasta ellos fue el mas largo del mundo. Las piernas me temblaban junto al resto del cuerpo. Casi no podía respirar y la emoción me había hecho un nudo en el estómago. Un desastre.
Me recompuse como pude y traté de parecerme a Rita Hayworth en "Gilda", cuando me acerqué y les dije:
—¿Cómo les va?
De ahi en más tratando de parecer mundana, sostuve como pude una charla que versó en como había terminado el ayuno, que había tomado leche hasta poder comer y esas cosas propias de los fakires y de nadie mas. Pasó un rato hasta que Edgardo dijo:
—Tengo que ir a buscar a mi novia. —Y sin mas se despidió y se fué.
Yo quede paralizada, sola con el fakir, sin saber que decir ni que hacer. El se encargó.
—¿Querés que vayamos a cenar? —propuso.
—Bueno, respondí con un hilo de voz. —Yo hasta ese momento siempre había cenado en mi casa. Jamás con un señor. Pero quería seguir pareciéndome a Rita.

Pasado el impacto de la invitación me tranquilicé y nos encaminamos hasta un boliche que quedaba detrás del Congreso. No recuerdo bien como llegamos hasta ahí. Lo que sí recuerdo es que de pronto me vi frente a un hombre de carne y hueso (nada parecido a mi príncipe), que decia soñar con mis ojos a la noche, que debido a su amor por mí se iba a separar de su mujer porque ya no la soportaba y bla bla bla.
¡Epa!... sentí como un alerta dentro de mi.
¿Y la alfombra mágica?
¿Y el príncipe de las mil y una noches?
¿Y su cara que me recordaba al Cristo de las estampitas?
Habían desaparecido. No estaban mas.
Solo tenía ante mi a un señor de cuarenta largos que me proponía, luego de dejar a su mujer, un viaje a Chile, que lo iba a dejar preso nomás pisar la frontera.
Y que ahora despues de cenar, fuéramos a un lugar tranquilo en donde él me demostraría su amor y yo le daría el mio (a cuenta de mayor cantidad).

Entré en pánico. Rita desapareció de mi y quedó solo una niña aterrorizada con la idea del pecado martillando en su cerebro, tomando conciencia del peligro que se avecinaba. Me levanté de la mesa y salí corriendo del restaurante, donde las garras del conquistador quedaron vacías, arañando miguitas de pan.

Sin mirar atrás, llegué a la plaza Congreso y tomé un taxi hasta Palermo. Mi abuela no dormía y me retó por llegar tarde. Yo respiré aliviada y agradecí su reto, aunque todavía no tenia conciencia de lo que me había salvado. Debe haber sido la única vez en que la culpa judeo-cristiana me sirvió para algo.

Años después, ya casada y con hijos volví a ver al fakir en un programa de television, esos de entretenimientos. Estaba mas viejo, y con una mona amaestrada a la que hacía pasar un hilo por el ojo de una aguja que el sostenía. Me reí a los gritos hasta que me ví en la cara de la mona y me dije recordando esta historia:

—¡Pensar que este hijo de puta me quiso enhebrar a mi!

¿Papita pa'l loro? Ja.

3 comentarios:

  1. Queda en claro después de leer los ultimos dos relatos, que acá la mas loca de todas no eras vos sino tu madre!

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  2. Sabia que cantabas muy bien, pero esta veta no te la conocia !!!
    Muy buen relato, imagino esta pagina tan famosa coma la de " Mas respero que soy tu madre "
    Te felicito Lucia me encanto.
    Voy por la siguiente.
    Besos Olga

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  3. Maravilloso relato...qué historia!! ay Lucía!! sos única...Reina!!!
    cris

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