jueves, 3 de junio de 2010

La niña del manojo o el manojo de la niña

El manojo eran esas gomas con que las chicas suelen atarse el pelo. Había muchas agarradas de un cartoncito y era la oferta que la niña dejaba en las rodillas de los viajantes que íbamos en el subte.
Parecía un ángel. No mas de seis años, dos trencitas ralas, color de piel oscuro, no mucho, pero me hizo acordar del bolero angelitos negros.

Transitaba los regazos como jugando, con la inocencia lúdica que a mí en ese momento me pareció intacta. Luego pasaba recogiendo la mayoría de sus gomitas rechazadas. Así, sin palabras. Con los mismos códigos de todos los que hacen eso. Lo dejas en el lugar, el que lo puso ahí lo toma sin decir palabra, sin negociación que medie entre vos y el ofertante.

Pero acá estaban los ojos de la niña del manojo. Los ojos que la hacían diferente, por lo menos a los míos. Los ojos que tenían la particularidad de ser pícaros e inexpresivos a la vez. Me llamó la atención la dualidad. Después creo que la entendí. Jugaba repartiendo y recogiendo, y a la vez, llevaba a cabo una acción mecánica para la que había sido adiestrada.

Salimos en la estación Lacroze. No se como, la niña delante mío en la escalera mecánica.

Al llegar a la calle comenzó a dar saltitos en ese caminar característico de los chicos. La seguí. 

Su destino final estaba ahí no mas, a la vuelta de la boca del subte. Grandes bolsas de plastico con mercaderías, una mujer gorda y sórdida junto a un hombre con aspecto canallesco y el resto del manojo, otros niños como ella, viajeros, vendedores, mendicantes, que repetirían como ella, este viaje de ida y vuelta con destino a ninguna parte.

1 comentario:

  1. ¡Muy bueno! ¡Me encantó! Muy bien descripta e interpretada una situación que, lamentablemente, vemos a diario.

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